Desolating truth
Por: Laura Lucía Castiblanco Serna
Estudiante Artes Plásticas | Universidad de Caldas | laura.11917284@ucaldas.edu.co
Ilustraciones: Duván Andrés Sánchez García*
Estudiante Artes Plásticas | Universidad de Caldas|duvan.11911294@ucaldas.edu.co

*Duván Sánchez realiza una contribución a la presente publicación con distintas ilustraciones del cuento escrito por Laura Castiblanco.
Recién había traspasado la puerta, de manos del cartero, aquella misiva. El día se había oscurecido. Comenzó de repente, con nubes aparecidas en el firmamento, un tremendo aguacero jamás visto en verano, durante los calurosos días de agosto. Ante tal fenómeno los pajes corrieron a cerrar los enormes ventanales, aunque no pudieron impedir la entrada del violento torrencial. Con las cortinas empapadas, el suelo encharcado y el ruido atroz del trueno, se vio reluciente la blancura de la carta, depositada sobre la mesa de centro de la sala a la espera de la lectura de su destinatario.
No menguaba la tormenta y el rey caminaba de un lado a otro en su recámara, con la inquietud de quien se estremece ante tan extraño fenómeno. Bajó, pues, las escaleras, iluminadas de forma intermitente por relámpagos de rayos que adivinó muy cercanos. Encontró, abajo, a todos alborotados, secando el piso, recogiendo tapetes y cortinas empapadas, tratando de ordenar todo cuanto el viento feroz había echado por el piso. Sin embargo, entre tal caos, el silencioso sobre sellado llamó su atención. Se acercó despacio, con una extraña inquietud que le brotaba de las entrañas y le hacía olvidar la perturbada estancia donde estaba; comprobó, en un rápido vistazo, que sólo aquel papel permanecía imperturbable, sin una gota de agua, en medio del recinto empapado. Intuyó entonces de qué se trataba la misiva y sintió un estremecimiento, como quien espera lo peor. La tomó en sus manos, oyó amainarse el viento, dejó de escuchar truenos y, al parecer, afuera todo se calmaba lentamente, más un escalofrío recorrió su cuerpo y sintió rugir en su alma la tormenta que recién arrebataba el verano: tocar aquel papel le causó un temblor de pies a cabeza que no pudo explicar, de modo que pronto se sentó en el sofá.
Poniéndose los lentes abrió el sobre, que aún no dejaba conocer quién se dignaba a escribirle. Desdobló la carta y con sólo la fugaz contemplación de la caligrafía, temblorosa y decidida, firme y desesperada, su cuerpo se descompensó. Lo que descubrió fue un sencillo papel con sólo medio folio escrito y supo, de un vistazo, que quien escribía lo hacía a gran velocidad y no había podido terminar el texto; el papel estaba ondulado por haberse mojado y se había corrido la tinta.
Sus manos estaban heladas y temblaban, necesitó apretar los párpados, respirar hondo y darse unos segundos para reponerse. Se percató entonces, con la oscuridad de sus párpados, de la calidez que de nuevo se respiraba en el ambiente. Ya no llovía. Abrió los ojos; el sol, tras los vidrios aún cerrados, evaporaba el agua que había caído sobre la tierra caliente. Pensó que aquello no era coincidencia, que la carta pedía ser leída con urgencia y que sólo él lo podía hacer, a pesar de que le estuviera costando a su cuerpo el sólo hecho de mirarla.

Con un hondo suspiro volvió sobre las letras. Vio a los caracteres moverse de un lado a otro; tomó con una mano su asiento mientras con la otra sostenía con fuerza el papel, preguntándose si acaso temblaba. Aunque el vértigo le atacaba con violencia, una vez puestos sus ojos en la primera línea no pudo apartarlos:
Muy apreciado rey nuestro:
Haciendo honor a la verdad no puedo más que dar por ciertas las acusaciones que se ciernen sobre el ya tan conocido nuevo reo. Cuento con pocos recursos para narrar lo sucedido, careciendo de papel, tinta y palabras para plasmarlo aquí. Ha de saber que estuve en aquella terrible muerte: le vi gritar desesperado, mientras la pequeña se escondía de su feroz mirada; le vi estirar su enjuiciadora mano contra la temblorosa criatura, le vi maltratar su delicado cuerpo y corazón con tanta más furia cuanto mayor fue la convulsión que causó en la niña.
No le bastaron todos los sufrimientos que ya le había causado, las recriminaciones injustas, los castigos que ya tenían a la niña al borde de la locura, incapaz de pronunciar palabra, buscando escondite en cuanto rincón encontraba, llorando en silencio, sin comer. En los huesos la encontró, cuando en un ataque, no sé si de enajenación, ira o paranoia, le provocó la violenta convulsión que la llevara a la tumba.
A ella le vi rogar clemencia, obedecer silente, cumplir todos sus caprichos y confiar en su palabra como ley; mientras a él le vi culparle frente al pueblo de cada nuevo desvarío que se le ocurría.
Juzgará su excelencia el actuar en adelante y ha de saber que, si ella tuvo que sufrir el ser arrancada de la vida recién comenzaba a vivirla y él ha de sentir el desarraigo de la cómoda impunidad, no menos se rasga mi corazón que tanto ama a ambos, el escribir estas líneas que la verdad me dicta.
Su majestad sabrá perdonar la inoportuna llegada de mis letras y la falta de detalles, pues no hallo palabras para describir la escena terrible que hube de contemplar. Sabrá disculparme si mis manos no responden más y si mi mente se rehúsa a recordar más detalles. A su juicio apelo, como siempre lo hemos hecho, pues no necesita mi nombre para saber quién derrama sus lágrimas sobre este frágil papel pues le confieso ser la testigo que más cercana a aquel hom…
No hubiera ya podido leer más, si acaso la carta no hubiera sido evidentemente interrumpida, no hubiera quedado inacabada para siempre. Su temblor en las manos le impedía ya fijarse en las letras, que se revolvían entre sí. Sintió cómo el mundo se revolcaba bajo él y sus ojos asustados se fijaron en las paredes que se mecían de un lado a otro, sin moverse nada.
Todo seguía normal, pero en su ser la tormenta había sido instalada con esa última palabra inacabada. Cerró sus ojos para intentar reponerse del vértigo y el terror sentido y secarse la transpiración que empapaba sus cabellos. Su corazón aún palpitaba con fuerza y, respirando lento, pudo volver en sí. Intentó pensar entonces frente a lo que se encontraba: una carta firmada por lágrimas de amor. Supo, pues, que no tenía remedio, que su justicia le pedía lo inimaginable. No había más salida, de modo que dio por tomada la decisión entre aquel bárbaro vértigo que sólo entonces cesó. Denunciaban aquellas letras la oscuridad de un ser tan amado por quien redactaba la carta, como por su lector, unidos ambos por la obligación de denunciar la verdad.

Como citar:
Castiblanco, L. (2021). Desoladora verdad. Portal Error 19-13. Revista de arte contemporáneo 4 (6). Disponible en: https://portal-error-1913.com/2024/04/04/desoladora-verdad/
Fecha de recibido: 5 de octubre de 2022 | Fecha de publicación: 4 de abril de 2024








