DESOBEDIENCIA ESTÉTICA. La paradoja de enseñar en la trinchera*

Aesthetic disobedience. The paradox of teaching in the trench.

Por: Pedro Antonio Rojas Valencia

Profesor del Departamento de Artes Plásticas | Universidad de Caldas | pedro.rojas@ucaldas.edu.co

pedro.rojas@ucaldas.edu.co

Figura 1. Rojas, Pedro. (2019). Marcha estudiantil [Fotografía]. Manizales.

* La primera versión de este texto se realizó a manera de conferencia el viernes 6 de diciembre del 2019, en el marco del Festival Trinchera Artística. Actividad que tuvo lugar en La toma del Palacio de Bellas Artes de Manizales-Colombia, por parte de la asamblea de estudiantes de Artes Plásticas de la Universidad de Caldas. En el momento en que se publica este texto el movimiento estudiantil ha creado un espacio de difusión también denominado Trinchera artística por medio del cual se encuentra realizando distintas manifestaciones de activismo artístico en el marco del Paro Nacional 2021. Sus trabajos pueden ser visitados en las redes sociales del proyecto @trincheraart_ucaldas.

“El someterse a las leyes de la moral puede deberse al instinto de esclavitud, a la vanidad, al egoísmo, a la resignación, al fanatismo o a la irreflexión. Puede tratarse de un acto de desesperación o de un sometimiento a la autoridad de un soberano.”

Nietzsche, Aurora

El 2007 fue uno de los años más difíciles de mis estudios universitarios. Colombia se encontraba padeciendo la presidencia -por casi una década- de un político ególatra de extrema derecha. La vigilancia militar de la educación pública era evidente, expresarse con libertad se pagaba con la persecución, el exilio o la muerte. Me estremezco al recordar los arrestos injustificados de algunos de mis compañeros y maestros. Ese mismo año, el 5 de junio, a las tres de la madrugada, el Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD) ingresó violentamente a la sede central de la Universidad de Caldas. En medio de la noche y los gases, hombres armados arremetieron contra estudiantes y profesores, recuerdo los heridos, los daños en los edificios, el terror, la tristeza y la impotencia. En uno de los baños alguien escribió con marcador negro: “La universidad ha sido tomada, no se puede estar a salvo en ninguna parte”.

A pesar del miedo y la persecución, los estudiantes realizamos obras de teatro, conciertos y recitales de poesía, también sacamos las sillas a la avenida principal y tomamos clases en los bloqueos. En un foro académico, compartí un ensayo sobre una novela, en la que se narra la historia del asesinato del estudiante Luis Fernando Barrientos, altercado que terminó en la quema de la sede administrativa de la Universidad de Antioquia. En aquel entonces, y todavía hoy, me encuentro sorprendido por la manera en que la historia parece repetirse [1]. Desde entonces, estoy convencido de que el arte es más sincero que los libros de historia oficial y gran parte del periodismo colombiano. Las prácticas artísticas han dejado numerosos testimonios de la manera en que el gobierno ha desatendido la educación y se ha encargado de atemorizar a la juventud.

Figura 2. Anónimo. (2007). Toma de la Universidad de Caldas [Fotografía]. Manizales: Lo que le hicieron a la Universidad de Caldas.
Figura 3. Anónimo. (2007). Toma de la Universidad de Caldas [Fotografía]. Manizales: Lo que le hicieron a la Universidad de Caldas.

Tomé la decisión de comenzar este ensayo recordando el miedo y los tormentos que tuve que vivir en mi época de estudiante, pero también las formas en que el arte hizo parte de nuestras luchas estudiantiles. Quisiera hablarles de la desobediencia como estrategia estética y artística [2]. El escritor Henry David Thoreau fue uno de los primeros pensadores en escribir sobre este tema. En su ensayo La desobediencia civil, relata que fue arrestado por negarse a pagar impuestos, su desobediencia se debía a que las leyes norteamericanas eran profundamente injustas. Los impuestos estaban destinados, entre otras cosas, a financiar la esclavitud y la invasión militar del territorio mexicano. La conclusión a la que llega es que en un gobierno racista, esclavista y colonial, la cárcel es el único camino para los ciudadanos honrados:

No he pagado el impuesto electoral desde hace seis años. Con este motivo se me mandó una vez a la cárcel, por una noche. Mientras examinaba las macizas paredes de pura piedra, de una vara de espesor; la puerta de madera reforzada con hierro, de un pie de espesor, y el ventanillo enrejado por donde se colaba la luz, no pude dejar de asombrarme ante la torpeza de una institución que me trataba como si yo fuese únicamente de carne y hueso, pura materia que se puede encerrar bajo llave. No dejaba de maravillarme que hubiese llegado a la conclusión de que este destino era el que más me convenía, y jamás hubiese pensado en aprovechar mis servicios en otra forma. Me di cuenta de que, si había un muro de piedra que me separaba de mis paisanos, había otro más difícil de transponer o traspasar antes de que ellos pudieran estar tan libres como yo estaba. Ni por un momento me sentí preso, y esas paredes me parecieron un derroche inútil de piedra y cemento. (…) No pude dejar de sonreír al verles cerrar meticulosamente la puerta y dejarme a solas con mis pensamientos, sin sospechar que éstos les seguían sin tropiezo alguno, y en realidad solamente en esa parte de mi persona era donde estaba el peligro. Visto que no podían tocarme en lo íntimo, habían resuelto castigar mi cuerpo, igual que esos muchachos que no pudiendo molestar directamente a alguien contra quien tienen inquina, se contentan con maltratar a su perro. Me di cuenta de que el Estado es medio idiota, comprendí que no sabe distinguir sus amigos de sus enemigos, y perdí el escaso respeto que todavía sentía por él, y le tuve lástima. (…)El sitio más apropiado hoy día, el único lugar que el Estado de Massachusetts ha proveído para sus espíritus más libres y menos resignados, está en una celda, a fin de excluirlos de la comunidad del Estado por sus estatutos como ya ellos se excluyeron a sí mismos al dictado de su conciencia”. (Thoreau, 2012, p. 65)

Las leyes no siempre concuerdan con la justicia y -a pesar de ello- los sistemas legales no suelen estar preparados para aceptar excepciones (se cree que la ley no debe justificar la violación de la ley). Thoreau nos invita a cuestionar el cumplimiento ciego de la ley cuando justifica la opresión, el hambre y la injusticia: “La ley no ha hecho nunca a los hombres ni una pizca más justos, y a causa del respeto que les infunde, aún los hombres mejor dispuestos se convierten a diario en agentes de la injusticia” (Thoreau, 2012, p. 20). Esta reflexión se dirige especialmente a las personas que pertenecen a las fuerzas militares: “Un resultado natural y bien conocido del respeto por la ley, es que se vea el espectáculo de una fila de soldados, con su coronel, capitán, cabos y sirvientes de batería, marchando en admirable orden por cerros y quebradas con destino a la guerra, contra su voluntad, y lo que es peor todavía, contra su sentido común y su conciencia” (2012, p. 20).

Hace poco policías atacaron las residencias universitarias y arrestaron a un estudiante de artes plásticas que buscaba refugio en medio de las manifestaciones. Esa noche los profesores del programa nos preocupamos terriblemente y buscamos todos los medios que tuvimos a disposición para evitar que la fuerza pública lo violentara, temíamos que fuera torturado o desapareciera [3]. Una vez el estudiante nos informó que se encontraba bien, muchas preguntas quedaron en el aire ¿Cómo es posible que el Estado ataque sus propias instituciones? ¿Por qué la fuerza pública persigue a los jóvenes con sevicia? ¿Por qué los funcionarios están tan dispuestos a seguir órdenes infames? ¿Qué es aquello que los obliga a obedecer, incluso en contra de su voluntad o en contra de la integridad de personas inocentes? Me sorprende la manera en que el Estado colombiano funciona como un aparato con engranajes mecánicos. Como en la época de Thoreau, abundan funcionarios dóciles, movidos por automatismos y jerarquías, han sido despojados de cualquier tipo de libertad:

“La masa de los hombres sirve así al Estado, no como hombres primordialmente, sino como máquinas, meramente con sus cuerpos. Componen el ejército regular, las milicias, carceleros, alguaciles y patrullas, etc. En los más de esos casos no existe en absoluto el ejercicio del juicio propio o del sentido moral; pero se ponen al nivel de la madera, el hierro y la piedra; y es posible que se pudiese construir soldados de palo que sirvieran tan a propósito como los otros. Tales criaturas no despiertan más respeto que un espantapájaros o un montón de tierra” (Thoreau, 2012, p. 32)

¿Hasta qué punto una persona puede perder su libertad individual? ¿Al obedecer mandatos injustos su rostro en el espejo será el mismo? Su imagen se tornará turbia, irreconocible, porque -quizá sin saberlo- lo ha perdido todo, por lo menos se ha perdido a sí mismo. Un ciudadano debería tener el derecho de no ser partícipe de las injusticias que condena. Por esta razón, Thoreau afirma: “Me cuesta menos, en todo sentido, incurrir en las penas de desobediencia al Estado que lo que me costaría obedecerle” (2012, p. 33). Cuando la maquinaria gubernamental nos lleva al límite de lo tolerable, se hace necesario cambiar su funcionamiento: “si el mandato fuera de tal carácter que quisiera obligarnos a cometer una injusticia contra uno de nuestros semejantes, entonces mi opinión es que se quebrante la ley” (2012, p 23).

Ahora bien, la desobediencia civil no se puede confundir con la desobediencia criminal, la primera -­que es la que nos interesa- radica en acciones públicas no violentas [4]. Casi siempre realizadas por personas -como Thoreau o Sócrates- dispuestas a soportar el castigo por ir contra la ley. Hannah Arendt considera que este “autosacrificio” no es necesario cuando se trata de una comunidad de desobedientes, porque su opinión pública cuestiona justamente una legislación injusta: “La desobediencia civil significativa será por eso la practicada por una comunidad de personas que posean una comunidad de intereses” (Arent, 1999, p. 89). Ahora bien, existe una tercera característica de la desobediencia civil, tanto individual como colectiva, que suele ser pasada por alto: su potencia estética. La efectividad política de la desobediencia civil ha sido cuestionada en el contexto del autoritarismo totalitario, probablemente no habría causado ningún resultado político contundente contra, por ejemplo, el régimen nazi. Sin embargo, en el campo de la estética -incluida tanto de la memoria afectiva como de la sensibilidad- su eficiencia no es discutible. No me parece exagerado sostener que la libertad intelectual, expresiva y sensible de personas como Mandela, Luther King o Gandhi es en sí misma una producción artística. No solo por ejercer el derecho a resistir, sino porque sus acciones fueron poéticas, los gestos de no cooperación con el opresor (Satyagraha) serán recordados por mucho tiempo e inspirarán a muchos jóvenes artistas [5].

La desobediencia estética no tiene por qué hacer referencia exclusivamente a los debates en torno al estilo y la forma de las obras de arte. Sandra Lince Salazar sostiene que a lo largo de la historia del arte se pueden encontrar numerosas rupturas y que “las expectativas del espectador no siempre se agotan en la mera contemplación” (Lince, 2021, p.198). También se pueden identificar rupturas en torno al contenido y las expectativas morales, por ejemplo, si se esperan obras con motivos sublimes y se representan motivos grotescos. Tendríamos que reconocer que el arte también opera discursivamente en contextos políticos, en este sentido, su rebeldía puede rastrearse en su accionar público, como ruptura de los regímenes visuales dominantes, como testimonio de la injusticia y como posibilidad de creación de nuevas formas de sociabilidad y encuentros con los otros. Generalmente, se cree que las personas deben seguir los dictámenes de la mayoría; sin embargo, en Colombia, la mayoría -paradójicamente- suele estar representada por una minoría que demuestra ampliamente su incompetencia. Desde mi perspectiva, hace falta que un artista nos recuerde de vez en cuando que “para respetar al Estado, el Estado debe ser respetable”.

El día de hoy los estudiantes de Artes Plásticas se han tomado el antiguo Palacio de Bellas Artes y han propuesto una agenda de actividades culturales a las que llamaron Trinchera artística. Por esta razón, les he hablado de un escritor que tomó la decisión de vivir a las orillas del lago Walden y construyó su casa de madera haciendo una pequeña excavación en la tierra que le permitiera soportar el invierno. Atrincherado como estaba, experimentó el placer -así fuera por unos pocos años- de crear otra forma de vida, alejado del mundo que lo atormentaba. Hoy en día esos lugares son escasos, el control al aire libre es más temible que antaño, parece más difícil enfrentar aquello que nos aqueja. Me parece, entonces, muy significativo que los jóvenes artistas creen su trinchera, un lugar en el que se sientan medianamente seguros, en el que puedan escapar de las formas más directas del fuego enemigo (excavan en la tierra para tomar distancia de la muerte y tener la oportunidad de expresarse libremente). 

Figura 4. Asamblea de estudiantes de Artes Plásticas. (2019). Evento trinchera artística [Programación]. Manizales: Palacio de Bellas Artes.
Figura 5. Asamblea de estudiantes de Artes Plásticas. (2019). Evento trinchera artística [Programación]. Manizales: Palacio de Bellas Artes.

Quisiera terminar reconociendo que esta es la primera vez que soy convocado a hablar en una asamblea ocupando la figura de profesor, así que me parece ineludible preguntarme por el papel de los maestros en tiempos de abusos estatales y movilización social. En mayo del 68, Jean-Paul Sartre fue invitado por sus estudiantes a dar un discurso y al ingresar al auditorio encontró en el escritorio un papel con una nota que decía: “Sartre, sé breve”. En momentos que requieren acción directa, el tiempo para la reflexión es escaso, mucho más si se trata de escuchar discursos de los maestros. Los estudiantes que escribieron en las paredes “prohibido prohibir”, seguramente, estaban cansados de escuchar clases magistrales, actitud comprensible si pensamos en lo insensato que puede llegar a ser pasar la juventud repitiendo monólogos más o menos eruditos. A pesar de la devoción (o abnegación) de algunos estudiantes, vale la pena preguntarnos ¿Por qué sería una prioridad, en el contexto de un movimiento estudiantil, escuchar a los maestros? La pregunta puede ser más precisa: ¿Si el profesor es alguien que debe ser escuchado y obedecido, cómo puede enseñar a sus estudiantes a ser más libres, pensar por sí mismos y desobedecer? Quizá sea hora de cuestionar la educación y dejar de entenderla como una suerte de religión en torno a la inteligencia. No tiene sentido dividir a los humanos en seres superiores e inferiores simplemente por el papel que ocupan en una institución. Los maestros no somos genios, guías, faros o pastores de un rebaño; nuestro papel no consiste en cambiar las conciencias, corregir el camino, esclarecer enigmas o ser portadores de la verdad. Quienes suponen este tipo de cosas no solo sobreestiman a los maestros, sino que -sin saberlo- niegan la inteligencia, la autonomía y la capacidad de los estudiantes de encontrar sus propios caminos. Ahora bien, cuando se amenaza la educación pública, en un contexto de opresión y totalitarismo, debe decirse que profesores y estudiantes tienen intereses comunes. Quizá, entonces, los maestros debamos aprender de los estudiantes que se encuentran en las calles, aquellos que realizan performances, cantos, murales y carteles. En este país infame que asesina a los jóvenes que se manifiestan pacíficamente, son los estudiantes quienes nos enseñan la importancia de la rebeldía [6]. Estoy convencido de que la única forma de enseñar la libertad es intentando ser lo más libres posibles, la única forma de enseñar a desobedecer es desobedeciendo.


Notas

[1] El ensayo que escribí para aquel foro se titula Alaridos en el desierto (2011) y fue publicado en la revista de estudiantes de filosofía Cazamosacas.

[2] Oscar Quintana realiza una definición muy precisa de la desobediencia civil: «un acto político, razonado, público y no violento, por medio del cual una parte de los integrantes de la sociedad presentan una serie de razones y argumentos para desobedecer una ley o marco legal que perjudica sus intereses grupales y que tiene como objetivo último generar unas dinámicas de cambio al interior del orden institucional para que se corrijan una serie de fallas presentes en el mismo.» (2009, p. 47)

[3] Julio Cortázar señala que el fenómeno de los desaparecidos, en el marco de las dictaduras latinoamericanas, es una estrategia muy efectiva para infundir miedo y a la vez inmovilizar a los opositores de los regímenes totalitarios: «Quienes han orquestado una técnica para aplicarla mucho más allá de casos aislados y convertirla en una práctica de cuya multiplicación sistemática han dado idea las cifras publicadas a raíz de la reciente encuesta de la OEA, saben perfectamente que ese procedimiento tiene para ellos una doble ventaja: la de eliminar a un adversario real o potencial (sin hablar de los que no lo son pero que caen en la trampa por juegos del azar, de la brutalidad o del sadismo), y a la vez injertar, mediante la más monstruosa de las cirugías, la doble presencia del miedo y de la esperanza en aquellos a quienes les toca vivir la desaparición de seres queridos. Por un lado se suprime a un antagonista virtual o real; por el otro se crean las condiciones para que los parientes o amigos de las víctimas se vean obligados en muchos casos a guardar silencio como única posibilidad de salvaguardar la vida de aquellos que su corazón se niega a admitir como muertos» (1984, p. 72)

[4] La desobediencia criminal radica en prácticas delincuenciales contra el orden legal, se diferencia tanto por sus intenciones como por sus medios de la desobediencia civil. Hannah Arendt realiza la siguiente distinción: “La desobediencia civil está acompasada a cambios necesarios y deseables o a la deseable preservación o restablecimiento del Statu quo (…) En ninguno de los casos puede equipararse la desobediencia civil con la desobediencia criminal. Existe toda la diferencia del mundo entre el delincuente que evita la mirada pública y el desobediente civil que desafía abiertamente la ley. La distinción entre una abierta violación de la ley, realizada en público, y una violación oculta, resulta tan clara que sólo puede ser desdeñada por prejuicio o por mala voluntad (…) Aunque es cierto que los movimientos radicales, y desde luego las revoluciones, atraen a los elementos delictivos, no sería prudente ni correcto igualar a ambos; los delincuentes son tan peli­grosos para los movimientos políticos como para la so­ciedad en conjunto. Además, mientras que la desobediencia civil puede ser considerada como indicio de una sig­nificativa pérdida de la autoridad de la ley (aunque difícilmente puede ser estimada como su causa), la desobediencia criminal no es más que la consecuencia inevitable de una desastrosa erosión del poder y de la competencia de la policía. (Arendt, 1999, p. 80)

[5] Oscar Quintana, en su artículo La desobediencia civil revisitada, señala que los movimientos de no-cooperación, tienen el propósito de «generar el colapso o cambio del sistema, debido a que las personas encargadas de ponerlo en funcionamiento y darle apoyo se niegan a cumplir ese papel (…) El movimiento de no cooperación más importante ha sido el Satyagraha, por medio del cual Gandhi logró la liberación de la India, a través de la parálisis de todo el sistema de administración colonial ingles» (2009, p.46). Aquí es importante recordar el derecho de resistencia, contemplado por constituciones como la norteamericana y la francesa, el cual hace referencia a «la potestad –sin duda de origen iusnaturalista- que una comunidad política tiene para oponerse al gobernante que no garantiza los fundamentos de su eticidad o que pretenda atropellar arbitrariamente al colectivo que gobierna» (2009, p. 44).

[6] Orlando Fals Borda, fundador del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad Nacional, resalta la importancia histórica de los cismas ideológicos que conducen a transformaciones sociales: «Con el correr del tiempo y el descubrimiento de las nuevas perspectivas sociales, los llamados “subversores” pueden llegar a ser héroes nacionales o mártires y santos seculares. por eso luego se canonizan o veneran. recuérdese al monje savonarola, tan subversivo y herético en sus días, que hubo de ser quemado vivo. Hoy es respetado y va en camino a los altares. Recuérdese a los otros rebeldes de la historia —Jan Hus, Lutero, Espartaco, Moisés, para hablar de los más antiguos—, a quienes hoy se adscriben funciones positivas de regeneración o renovación social. Reléase la historia de las naciones y véanse los casos concretos de la llamada “subversión” que en los momentos de su aparición no fueran arduamente criticados, acerbamente incomprendidos, mil veces cruentamente sofocados por personeros de la tradición cuya estatura moral no alcanzaba ni al tobillo de los revoltosos, y cuya causa de defensa del orden no podía ser justa» (2009, p. 386).

Referencias

Arendt, H. (1999). Desobediencia civil. En Crisis en la república. Guillermo Solana (Tdr.). Bogotá: Taurus.

Cortázar, J. (1984). Argentina: años de alambradas culturales. Barcelona: Muchnik Editores.

Fals-Borda, O. (2009). La subversión justificada y su importancia histórica. En Una sociología sentipensante para América Latina. Bogotá: Siglo del Hombre Editores & CLACSO.

Habermas, J. (2000). La desobediencia civil. Piedra de toque del Estado democrático de Derecho. En Ensayos políticos. Ramón García Cotarelo (trad.). Barcelona: Península.

Nietzsche, F-W. (2000). Aurora : pensamientos sobre los prejuicios morales. Germán Cano (trad.). 2ed. Madrid: Biblioteca Nueva.

Lince, S. (2021). Buscando Lineamientos Éticos para la Investigación-Creación: Tres Tensiones Éticas de la Producción Artística. [Ponencia del VII Diálogo sobre Ética de la Investigación].Bogotá: Ministerio de Ciencia Tecnología e Innovación.

Rojas, PA. (2011). Alaridos en el desierto: «El olvido que seremos». Revista Filosófica y Literaria Cazamoscas . (5) 6.5. Disponible en: https://goo.gl/NjmUkU

Rojas, PA. (2010). El aparato de estado contra la máquina de guerra. Revista Némesis . (1) 2. Disponible en: https://drive.google.com/file/d/1c0aqtESS7v4JHDYR8-5Miemf2jWvMDoq/view?usp=sharing

Quintana, O. (2009). La desobediencia civil revisitada. Problematicidad, situación y límites de su concepto. Co-Herencia, 6(10), 43-78. Recuperado a partir de https://publicaciones.eafit.edu.co/index.php/co-herencia/article/view/108

Thoreau, H-D. (2012). Desobediencia civil. Sebastián Pilovsky (trad.). México: Tumbona Ediciones.

Cómo citar:

Rojas, P. (2021). Desobediencia estética. La paradoja de enseñar en la trinchera. Portal Error 19-13. Revista de arte contemporáneo1 (3). Disponible en: https://portalerror1913.com/2021/05/24/ensenar-a-desobedecer/

Fecha de recibido: 15 de mayo de 2020 | Fecha de publicación: 24 de mayo de 2021

Portal Error 19-13. Revista de arte contemporáneo.

ISSN: 2711-144X

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