EDITORIAL: EL VALOR DE EQUIVOCARSE

Editorial: The need to make mistakes

Por: Pedro Antonio Rojas Valencia

Profesor del Departamento de Artes Plásticas | Universidad de Caldas | pedro.rojas@ucaldas.edu.co

§ 501. “Nosotros hemos reconquistado el valor de equivocarse, de ensayar, de adoptar conclusiones provisionales —todo lo cual tiene ya menos importancia—, y precisamente por eso los individuos y hasta las generaciones enteras pueden entrever tareas tan grandiosas que en otros tiempos hubiesen parecido locuras o una burla impía del cielo y del infierno. Tenemos el derecho a experimentar en nosotros mismos. La humanidad entera tiene ese derecho”.

Nietzsche, Aurora

Manizales es una ciudad pequeña, perdida en la Cordillera de los Andes, por aquí termina una cadena montañosa que surge en Tierra del fuego. En mi época de estudiante, vivía cerca de la Universidad de Caldas, recuerdo que debía pasar por una ladera especialmente empinada, una de esas que los conductores de automóviles evaden realizando todo tipo de desvíos. Cuando estaba cerca de la facultad, terminando el ascenso, con la respiración agitada, pasaba al lado de un centro médico y, a veces, entre la neblina, era interrumpido por unas señoras que repartían volantes en contra del aborto y la planificación. Me miraban con algo de recelo, sin embargo, eso no las detenía de entregarme sus papelitos y advertirme de las amenazas que representan este tipo de instituciones, porque -según ellas- sus prácticas atentan contra las escrituras bíblicas y las buenas costumbres.

He tenido que vivir, por extraño que parezca, situaciones similares al asistir a exposiciones artísticas. En la ciudad, las exposiciones, se realizan en noches frías y lluviosas, suelen tener un número muy bajo de asistentes: los compañeros, amigos y familiares del artista, así como un grupo reducido de personas apasionadas por el arte y, especialmente, interesadas en el vino. Durante mucho tiempo, las exposiciones carecieron de cualquier tipo de mediación, los artistas debían: realizar las piezas, el montaje, el texto curatorial, las tarjetas de invitación y, por supuesto, financiar el precario evento cultural. Cuando comenzaron a realizarse los primeros ejercicios curatoriales vinculados a prácticas pedagógicas, paradójicamente, algunos estudiantes y profesores lo consideraron un agravio. Sus quejas no se hicieron esperar, asistieron a las exposiciones, salieron de la neblina y, con la copa de vino en mano, comenzaron a repartir panfletos religiosos en contra de la curaduría, advirtiendo los peligros de esta práctica para el “buen arte” y la escuela, fortín del arte tradicional y del conocimiento técnico.

La mediación artística no suele ser bien recibida en el pequeño y hostil circuito cultural manizalita. El descuido de este campo no solo afecta la curaduría, también es notorio en la educación, la gestión  y, por supuesto, el sector editorial. He escuchado a muchos artistas enorgullecerse de una suerte de analfabetismo voluntario, dicen que son incapaces de escribir y que no tienen que leer, porque lo de ellos es “hacer arte”. Como si se tratara de un mantra, este tipo de frases se repiten con religiosidad en todos los escenarios académicos. Sumado a ello, la opinión de cualquier otra persona suele ser desautorizada, sosteniendo que esa persona no debería escribir sobre arte porque justamente no es un artista. La situación parece una paradoja irresoluble ¿Acaso estamos condenados a repetir los debates, en los que Charles-Antoine Coypel, director de la Académie Royale, silenciaba a la opinión pública diciendo que los críticos no sabían manejar el pincel?

Ahora bien, las dificultades del sector editorial en el campo de las artes no solo provienen de los debates del siglo XVII, mucho menos de los chismes de pasillo o de panfletos con mala ortografía. También es particularmente difícil recibir apoyo institucional, cuando comenzamos este proyecto fui a un par de oficinas de funcionarios administrativos a contarles que queríamos hacer una revista de crítica de arte contemporáneo (como las señoras de mi época de estudiante, me miraron con recelo). Me dijeron que los artistas podrían publicar en las revistas científicas de la universidad, entre otras cosas, porque habían alcanzado los más altos indicadores y reconocimientos. También mencionaron que los recursos que se requieren para un proyecto editorial son muy altos, los cuales -según afirmaba el funcionario- no estaban a disposición. Todavía hoy me gusta pensar que me equivoqué de oficina, porque fue imposible hacerle comprender la importancia que tienen proyectos como este y las razones por las cuales no tiene sentido la comparación con las revistas científicas (no comprendo porque insisten, con cierta devoción, en llamarlas de esa forma). Las revistas en el campo de las artes no son simples medios de divulgación, tampoco negocios destinados a hacer inaccesible el conocimiento, mucho menos fábricas de indicadores para satisfacer el narcisismo de la cienciometría.

En el campo de las artes plásticas o visuales, el sector editorial de Manizales no ha sido muy prolífico y ha tenido que sortear todo tipo de dificultades. Hace 90 años, algunos de los fundadores de la escuela de Bellas Artes, como Gonzalo Quintero, escribían en la revista Civismo de la Sociedad de mejoras públicas. Años más tarde, la Universidad de Caldas comienza a tener sus propias revistas, la más notoria es Altamira, dirigida por Alberto Reyes, publicación que alcanzó cuatro años de trayectoria y contó con la participación de artistas y escritores reconocidos. En el 2010, se publicaron la Revista Zona de Encuentro, dirigida por Ayda Nydia Ocampo y la Revista 80, dirigida por Vicente Matijasevic, ninguna de las cuales logró publicar más de un número. Situación que se hace incomprensible si tenemos en cuenta que estas revistas son testimonio de momentos decisivos del arte en la región y que -en su momento y todavía hoy- permiten conocer la vida de numerosos artistas, sus disputas, logros y desventuras. Tendríamos que preguntarnos si esto se debe a la dificultad que conlleva la realización de cualquier proyecto editorial, tal vez se deba a la falta de compromiso por la escritura de las personas cercanas a la práctica artística o -habría que decirlo- al descuido institucional.

Recordemos: Mercure es una de las primeras revistas de las que se tiene noticia, su primera edición se publicó en 1672, bajo la dirección de Alfred Vallette. Se trataba de una publicación que buscaba satisfacer el gusto de la burguesía francesa de la época, más o menos cercana a las revistas actuales dedicadas a la moda o los negocios. Sin embargo, gracias a sus páginas tenemos reseñas de algunos de los pintores más distinguidos del momento (paradójicamente la revista no se hizo famosa por su antigüedad o por sus aportes a la crítica del arte, sino por un artículo sobre vampiros publicado en 1693). El destino de las revistas no es del todo claro. Durante el siglo XX, las revistas dedicadas al campo del arte tuvieron un papel protagónico, sin publicaciones como La révolution surréaliste y Minotaure, no tendríamos noticias de las reflexiones en torno al mundo onírico, las posturas políticas del surrealismo y los famosos debates entre André Breton y Pierre Naville. Así mismo, en los años sesenta, las revistas comienzan a ser valoradas como espacios eminentemente creativos y, en algunos casos, como obras de arte. La revista New York Correspondence School (NYCS), dirigida por Ken Friedman, invitó a numerosos artistas cercanos al movimiento fluxus a crear una página, un proceso colaborativo que se convertiría en una estrategia primordial del arte postal y de los dadazines. También quisiera mencionar la instalación denominada Index 001, del grupo Analitic art, en la que expusieron, quizá por primera vez, las publicaciones de su revista en ficheros y paredes de una sala de exposiciones, como si se tratara de cualquier otra obra de arte. Puede que sea demasiado pedir que se reconozca el estatuto artístico de las publicaciones, pero podríamos comenzar aceptando que se trata de contenedoras de memoria, salvoconductos hacia lo incierto y detonantes de todo tipo de procesos creativos.

Alguien me dijo que cuando un estudiante de arte se ocupa de algo distinto de pintar telas o hacer objetos siguiendo los procedimientos heredados, lo acusan de haberse desviado del camino correcto, como si estuviera cometiendo un error irremediable. En este contexto, el error no se refiere al camino equivocado, sino al campo de lo que algunas personas consideran inapropiado. La crítica de arte suele instalarse en esos lugares incómodos, desde el siglo XVII, se trata de una práctica que comprende que todos podemos reflexionar sobre el arte y que podemos compartir nuestros pensamientos, algunos la definen como el uso público de la propia la razón y otros la han comprendido como el arte de la indocilidad reflexiva. Ahora bien, la  palabra “revista”, etimológicamente significa «volver sobre lo visto», esto podría ser interpretado como una simple remisión al pasado, sin embargo, cuando regresamos la mirada sobre el arte nos asalta todo aquello que habíamos pasado por alto y nos preguntamos por todo aquello que podría ser de otra manera.

Después de tantas negativas, recelos y una tradición de proyectos editoriales de poca duración que no pronosticaba buenos vientos, decidimos comenzar las publicaciones, sin pedir permiso y con recursos propios. La contraprestación que obtuvo Cristián Quintero diseñador del primer número fue una pizza y una limonada. Con el paso del tiempo los estudiantes han comenzado a interesarse en la escritura y se han unido al equipo muchas personas desinteresadamente; contamos con un comité editorial y un comité técnico supremamente comprometido. En el primer año, la revista publicó dos números y fue visitada por más de diez mil personas, en treinta y ocho países. La revista ha comenzado a ser apoyada tanto por el Departamento de Artes Plásticas como por la Vicerrectoría de Proyección y la Facultad de Artes y Humanidades. Quisiera finalizar contándoles que cuando quisimos ponerle un nombre a la revista pensamos en nombrarla con la dirección del Palacio de Bellas Artes, sin embargo, ninguno de los asistentes a la reunión la sabía con exactitud. Alguien dijo que quedaba en la carrera 19 con calle 13. Tiempo después nos dimos cuenta que era la dirección de un café, así que decidimos reunirnos en ese lugar, perdido en la cordillera y la neblina. Por lo menos estábamos a salvo de los panfletos moralistas y las buenas costumbres. Este error, como tantos otros, le han dado vida a la revista. El trabajo editorial no es sencillo, pero no tenemos miedo a equivocarnos.

Cómo citar:

Rojas, P. (2019). Editorial: la necesidad de equivocarse. Portal Error 19-13. Revista de arte contemporáneo1 (1). Disponible en: https://portalerror1913.com/2021/04/26/editorial-la-necesidad-de-equivocarse/

Portal Error 19-13. Revista de arte contemporáneo.

ISSN: 2711-144X

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