Confinement . Chronicle of a confinement at San Juan de Dios.
Por: Judy Alexandra Valencia
Estudiante de Artes Plásticas | Universidad de Caldas
judy.11612675@ucaldas.edu.co
«Encierro: Reclusión de una persona en un lugar, en especial si es de forma voluntaria o si se hace como acto de protesta».
Diccionario
Esta es una historia, como muchas otras, que pasan en las sociedades actuales, donde los cambios provocan desequilibrios y las enfermedades son manifestaciones de nuestra existencia. Esta es una situación que se ha vuelto muy común, las estadísticas muestran que más de 4.7 de la población colombiana se encuentra afectada por enfermedades mentales. Las personas empiezan a recibir tratamiento farmacológico desde pequeñas, algunas con manifestaciones extremas de enfermedad, otras con simples cambios de comportamientos afectivos, sociales, cognitivos o emocionales.
A mediados del mes de marzo del 2014, por un error, digamos que un gran error, terminé recluida en el Hospital Mental San Juan de Dios de Manizales. No fue la experiencia más placentera, ni la más reflexiva de mi vida, pero me dejó un temor: la pérdida de mis sentidos.
Todo comenzó con una sobredosis accidental de ansiolíticos y digo accidental porque realmente nunca lo pensé, simplemente sucedió. Entré al baño, después de una discusión espantosa y me tomé una botella entera de Clonazepam. Quien no ha probado medicamentos psiquiátricos, debe saber que este es uno de los más fuertes, solo 20 gotas producen sueño, 30 gotas te noquean. Así que terminé en el hospital psiquiátrico, con un lavado de estómago y una orden de hospitalización.
Recuerdo las voces en mi cabeza regañándome por haberlo hecho, por preocupar a mis seres queridos, por haber fallado. Sucedió un sábado en la tarde, mi madre me acompañaba, trajo con ella un bolso con ropa y utensilios de aseo. Era lo único permitido, ni libros, ni relojes, ni lápices, ni celular, solo un pijama, dos blusas, un pintalabios, ropa interior, cepillo de dientes y de cabello, shampoo, jabón y una toalla. Me acompañó en la ambulancia donde una enfermera conversaba con ella, mientras yo estaba amarrada a una camilla.
El viaje no duró más de 20 minutos y fue tranquilo. Llegamos, entramos por la reja y me bajaron de la ambulancia. Pasamos por una puerta pequeña, me dejaron esperando, el personal de ingreso me registraba. Mientras me lamentaba en silencio, una joven se sentó a mi lado, 22 años, pequeña y muy delgada. Me saludó, me contó que estaba muy feliz, que por fin iba a ver a su novio, hablaba, hablaba y hablaba… solo para que en medio de una oración, vomitara a mi lado. Me alejé, ella empezó a gritar y a golpearse mientras un enfermero la arrastraba hasta una habitación acolchada.
Vinieron por mí y me llevaron por largos pasillos y varias puertas cerradas hasta la Unidad de Agudos, donde una enfermera mayor me recibió. Me despedí de mi madre, entré por una puerta de cristal y una reja. Me presentaron a una interna, una chica mona, de unos 25 años, alta, trigueña, me saludó y me llevó a nuestra habitación. La habitación era un espacio mediano, de paredes blancas y baldosas cafés, tenía tres camas de hospital pequeñas, alineadas en paralelo, con una almohada y una cobija, también tenía un baño con ducha. Entró la enfermera, me dio tres pastillas y un vaso de avena, me tomé el medicamento, me cambié, guardé mis cosas y me acosté. Parpadeo, parpadeo, parpadeo, dormí toda la noche seguida, mis ojos me pesan, mi cabeza está embobada, siento que alguien me toca el brazo, me estremezco, enfoco la visión y veo a la enfermera de la noche anterior.
Buenos días, con voz melodiosa me dice que debo levantarme y bañarme porque solo tengo una hora para que sirvan el desayuno. Así que me levanto, tiendo la cama y saludo a Erika, mi compañera de habitación, que ya está arreglada, me dice que sostenga la puerta del baño mientras me baño, ya que no tiene chapa, me baño y me visto lo más rápido que puedo. Erika se despide mientras guardo todo en el armario, cuando salgo de la habitación me encuentro el caos: la mayoría de las mujeres están desnudas, las enfermeras las obligan a entrar al baño, jalándolas y gritando hasta que todas las habitaciones son cerradas. Erika me ve desde una silla y se ríe, yo solo abro los ojos, niego con la cabeza, camino y me siento junto a ella.
Me pregunta la razón de mi internación, le cuento y se ríe, con gesto melancólico, me dice que ella ya ha estado hospitalizada varias veces. Entra y sale varias veces en el año y, por ser tan frecuente, la castigaron y la mandaron para agudos. Ella casi siempre se encuentra en residencias, que es un espacio más calmado. Me distraigo, hay ruido en el pasillo, miro y están abriendo el comedor, comentan que solo tenemos una hora para comer, voy y recibo el desayuno. Es un huevo duro, un pan tajado, una arepa y chocolate, como rápidamente, entregó los platos.
No puedo volver a la pieza debido a que cerraron las puertas, me arrastro y me siento en un rincón en la sala que poco a poco se llena. Pasa el tiempo, no miro a nadie, no quiero hablar con nadie, pero algo capta mi atención. En el piso debajo de la mesa de plástico se encuentra una muchacha acurrucada, la sigo mirando hasta que ella se sale y se para al lado, me pregunta por qué estoy ahí y como no quiero contar la historia le muestro mis muñecas con cortes. Ella toma mis brazos, los observa y me dice que me corté mal, que debe ser vertical y con un cuchillo más filoso, que como lo hice no sirve para nada. Se va y se acurruca debajo de la silla hasta que una enfermera, la obliga a levantarse y sentarse en una silla.
El día sigue pasando y yo perdida en mis pensamientos, hasta que llega el almuerzo, como, tomo mi medicamento y vuelvo a la sala. En la tarde viene la trabajadora social, nos entrega un lápiz y una hoja con un dibujo, comenta que podemos colorear hasta las cuatro que es la hora de las visitas, así que rayo la hoja solo por hacer algo. A las cuatro llega mi padre, abren la reja y la puerta, le dicen que debo volver a las cinco y media, él me lleva a la cafetería, me pregunta cómo estoy y si ya me vio el médico. Respondo que me encuentro bien, aunque lloro un poco, que no he hecho nada y que no veré al doctor hasta el otro día, seguimos conversando a nuestra manera hasta las 5:25 pm, me despido de él. Entonces, voy a la sala y espero, a las 6:30 pm abren los cuartos, me cambio, tomo el medicamento y me acuesto. Esa noche despierto, cuando la enfermera está haciendo la ronda, escucho gritos a los lejos, pero me vuelvo a dormir.
Sé que es lunes, es mi primer pensamiento del día, me levanto y estoy sola en la habitación, Erika fue trasladada a otra área. Entro al baño y me arreglo lo más rápido posible, siempre vigilando la puerta. Pero una vez bañada espero que no haya ruido afuera y salgo. Me voy a la sala, converso con la gente que hay ahí, paso a desayunar, solo como la mitad, no tengo hambre. De regreso a la sala conozco a otra residente, ella se ríe mucho, tiene 50 años, me dice que ha estado internada por 10 años, nadie la visita, la familia la abandonó, me muestra el estómago dónde de la mordió una serpiente, la pierna donde la atropelló un carro, me cuenta todos sobre ella y yo solo la escuchó, no tengo nada más que hacer.
Después del almuerzo me pasa algo que me altera, estoy sentada en una silla y una señora empieza a tocarme el brazo de arriba abajo mientras me dice muñeca, me pongo ansiosa y me alejo lo más rápido que puedo. Ella se vuelve a acercar, pero me salva una enfermera diciéndome que debo pasar con el psiquiatra. Me alegro, camino rápido después de ella.
Al entrar en el consultorio me encuentro un médico, canoso y amable, ya había tenido consultas con él. Me hace las preguntas habituales y me comenta que me ve ansiosa, aprovechó la oportunidad y le cuento las cosas que me han alterado en la estancia que llevo. Me dice que después de las visitas me va a trasladar a residencias, que yo no estoy lo suficientemente alterada anímicamente para estar en agudos. Le agradezco y cuando salgo del consultorio me encuentro a mi madre, converso y le cuento las buenas nuevas. Cuando son las 5:30 pm, una enfermera me acompaña a sacar mis cosas para realizar el traslado. Pero cuando estoy en la puerta me detengo, una de las residentes está agarrada de la reja insultando a mi madre, me asustó y me quedo quieta. Las enfermeras van y la retienen, le aplican un tranquilizante, aprovecho y salgo de ahí.
Salimos del edificio y caminamos lentamente hacia la parte trasera de la clínica, encima de las puertas se lee «Residencias de mujeres», entro por las puertas y me encuentro a una enfermera que me recibe con una sonrisa, me despido de mi madre. La enfermera me saluda, envía por mi receta y me acompaña al cuarto, tiene las paredes pintadas de azul claro y solo dos camas, no tiene armario, ni baño. La enfermera me muestra unos casilleros grandes donde debo guardar mis cosas, me muestra la sala, tiene sofás de cuero oscuro, grandes ventanas y un televisor pequeño, también hay un comedor y una terraza con mesas y sombrillas. Después de tomar el medicamento, me acuesto.
Me despierto a las 6:30 am, arreglo mi cama, saludo a mi compañera, recojo la toalla y voy a bañarme, como solo hay tres baños con duchas debo hacer cola. Mientras espero, me saludan las demás residentes, algunas con abrazos y apretones de mano. Entro al baño, cierro la puerta y me arreglo, salgo y voy al comedor, ahí me entregan mi desayuno, huevos revueltos, queso y chocolate, me entregan el medicamento, me voy a la terraza.
La terraza está rodeada de una valla metálica y flores, voy y respiro. Una señora llama mi atención, necesita algo de ayuda para caminar y me pide que la acompañe. La tomo del brazo, la ayudo a sentarse y me pasa un libro con sopas de letras y un lapicero, el cual empiezo a utilizar, lleno uno y luego otro. Pasan unas estudiantes de enfermería que me preguntan mi nombre, la fecha y como me siento, les doy mi nombre, solo les doy el día ya que no me acuerdo de la fecha, les digo que estoy menos ansiosa, feliz de que me trasladaron, toman nota y se despiden.
Son las diez de la mañana, cuando viene un profesor de educación física y nos lleva al gimnasio, un salón grande con aparatos viejos, destartalados. Trotamos, usamos máquinas, saltamos de un lado para otro, lo hacemos lentamente, la mayoría de las residentes son adultas mayores. Cuando regresamos nos dan una mandarina y me siento en la sala a ver televisión, hasta el almuerzo.
En la tarde me siento en la terraza con una señora, me comenta que la vida es preciosa mientras me hace una trenza espiga, me cuenta que es peluquera especializada en trenzas, que solo está ahí mientras le consiguen cupo en el hospital del corazón ya que hace poco sufrió un infarto. Después a las 4:00 pm, es la hora de visitas y me visitan mis amigas de la universidad, pasamos una hora en la cafetería y media paseando, vemos los jardines y la fuente, conversamos sobre las clases.
A las 5:30 pm regreso y guardo los dulces y frutas que me trajeron, ceno y tomo mi medicamento, voy a ver televisión y me acuesto. Los próximos cinco días pasan igual, me levanto a las 7:00 am, me baño a las 7:30 am, desayuno a las 8:00 am, tomo el medicamento a las 9:00 am, hay alguna actividad ya sea por el profesor de educación física o por los estudiantes. Los domingos hay misa, tomo el algo, almuerzo a las 12m, tomo el medicamento, me siento a conversar, juego sopa de letras, vienen las enfermeras, algunas veces les digo bien la fecha, veo al doctor, salgo a las visitas a las 4:00 pm, veo televisión, leo o dibujo, ceno a las 6:00 pm, tomo el medicamento y me acuesto.
El lunes siguiente entran dos nuevas pacientes, una muchacha que se pega a mí, joven, morena y crespa; la otra es una señora de 40 años, tímida y melancólica. Jessica es coordinadora de un call center en Manizales, me dice que es una de las mejores, que es trabajadora, linda, alegre, inteligente y demás virtudes. La miro raro y le pregunto por qué la internaron, me cuenta que está super enamorada de su novio, bueno -replica- ex novio, que él le terminó porque ella lo celaba mucho, pero ella lo amaba, que todavía le revisa las redes sociales y lo llama a todas horas, lo visitaba de sorpresa y le manda regalos. Me cuenta que está un poquito obsesionada con él, lo tiene siempre en pensamientos y que se enoja si sale con alguien.
Como me ve dibujando, me dice que le haga un dibujo bonito para ella hacerle una carta, con muchos corazones, yo le sigo la corriente y termino haciendo como 10 dibujos para ella y para otras residentes. Cuando son las 10:00 am pasa al médico y yo me quedo en la actividad del día, hablan del cuidado de la piel y nos hacen mascarillas. Jessica regresa y almorzamos juntas, me cuenta que le van a aumentar el medicamento y restringir el cigarrillo, lo cual la enoja, pero se contenta con la visita.
A las 11:00 pm me despierto, mi compañera está gritando, las enfermeras vienen y se la llevan, al otro día su cama está vacía, se la llevaron a la UCI.
Hoy martes discuto con el médico, me dice que me comporto como Peter pan, que debo ser como una mujer de veinte años, vestir como una mujer de veinte años y actuar como una, me deprimo el resto del día. El miércoles le pregunto a Jessica que hace una mujer de 20 años, me comenta que vestirse bien, salir a citas, tener novio, trabajar, estudiar y otras cosas que no hago.
Ya pasaron 10 días, estoy cansada de estar en este lugar, estoy cansada del huevo y del pescado, de las novelas y de perder clases. Así que hablo con Erika que apareció por aquí, estuvo en la UCI y luego en agudos porque la vieron pasándole cartas a un muchacho de residencias masculinas durante la misa y como está prohibida la interacción con ellos la castigaron. Ella me comenta que la única forma es mostrarse siempre feliz y decir que todo está bien, así no lo esté, decir siempre la fecha e ir interactuando con todos. Jessica y Erika se llevan bien y me arrastran a sus conversaciones, voy a misa para pasar los mensajes de Erika a su “novio”.
Así pasan otros cuatro días entre rutina, medicamentos y charlas, entra una nueva paciente en silla de ruedas, con la mirada perdida, muy quieta, joven y bonita. Erika me dice que la conoce, que entró a la UCI por intento de suicidio porque el novio la dejó, que intentó atacar al médico y la sedaron. La dejamos de mirar y vamos a la terraza a comer la fruta del día, cuando pasa una sombra rápidamente y se estrella contra la malla que separa la terraza, es la chica nueva intentando escalar, las alarmas suenan, una enfermera viene con sedantes, la inmovilizan y se la llevan a la UCI. Una señora nos cuenta que alguien ya se había escapado por la terraza antes y por eso está la malla, fue un muchacho de 18 años que saltó y se metió por un cafetal, mandaron a la policía a rastrearlo y traerlo de vuelta, lo encontraron el día después, en una finca que cerca de la clínica, mordido por perros.
El 31 de marzo del 2014 es mi último día en la clínica, me despierto, desayuno, voy donde el doctor que me indica cual es la receta final que debo seguir de ahora en adelante. Arreglo el bolso, todos se despiden, me anotan los números de contacto, me hacen un moño español. Hablo con Jessica, la remitieron a 12 sesiones de electrochoques con anestesia porque no le ha servido ningún medicamento, la calmo un poco porque está asustada, me despido, le regalo a Erika los dulces que me sobran. Cuando mi padre viene a la hora de visita le entregan la orden de salida, ambos pasamos caminando por los edificios y los jardines hasta que llegamos a la reja, me quitan una manilla, revisan por radio y salimos.
El hospital psiquiátrico es un centro de historias, donde grandes y pequeñas vidas han pasado, muchas de ellas solo por instantes, otras están condenadas a estar encerradas entre muros para siempre, no solo por su condición peligrosa sino también por abandono. Son seres que si no tienen a nadie, se tienen entre ellos, olvidando el resto del mundo, son personas que cuentan sus historias una y otra vez hasta al silencio, pero sus palabras son poco conocidas. Son mujeres, hombres, niños, jóvenes, adultos, ancianos, madres y padres solitarios que no encuentran su lugar en el mundo.
Muchas personas están encerradas por sus creencias masoquistas, otras por hábitos fuera de control, adicciones y decisiones momentáneas mal tomadas. Decisiones que no concuerdan con la sociedad occidental en que vivimos. «Locos», «dementes», «suicidas» o solamente «tontos», son etiquetas que cargamos para siempre en nuestras mentes, solo por una decisión, solo una decisión que te puede llevar de tu existencia normal al encierro.
Cómo citar:
Valencia, J-A. (2019). Encierro. crónica. Portal Error 19-13. Revista de arte contemporáneo. Recuperado de: https://portalerror1913.com/2019/07/20/encierro/
Fecha de recibido: 15 de Junio de 2019 | Fecha de publicación: 20 de Julio de 2019