Category / Escritura Creativa
CIELOS Y TAMBORES: NOTAS DE VIAJE
Heavens and drums:Travel notes.
Por: Duván Andrés Sánchez García
Estudiante Artes Plásticas | Universidad de Caldas|duvan.11911294@ucaldas.edu.co

Figura 1. Sánchez, D. (2024). Cielos y Tambores [Ilustración]. Buenos Aires. Cortesía del artista
“Habíamos estado en todas partes. Pero, en realidad, no habíamos visto nada”
-Vladimir Nabokov
Una sala de conciertos suspendida en el interior de un edificio. Su forma, color y textura como las de una semilla gigantesca, y yo en lo más alto de las graderías. Allá en el suelo golpearon un bombo sobre el que habría podido dormir tranquilamente (siempre que nadie le lanzara un mazazo), acostarme con brazos y piernas extendidas. Cuando me atravesó el estruendo también me sucedió una idea: acababa de estallar un trueno a mis pies, no sobre mí, ¡porque estaba por encima del cielo! Pero, cuando terminaron, me reproché la comparación, el caer en la metáfora fácil: esa manía que tanto abunda de proponer una semejanza para intentar darle a algo la grandiosidad que no tiene. Fue un alivio haber estado solo porque en cuanto vino a mí aquel pensamiento quise contárselo (¿pero, a quién?), y era preferible así, que no me oyeran ni me acusaran de ingenuidad: ser el único testigo de mi tontería.
Aunque sí había estado antes, si no por encima del cielo, al menos a una altura considerable. Una de aquellas veces, suspendido en el aire (pero no en un auditorio), miraba por la ventanilla: ¡tanto tiempo que temí que quien me viera viendo al cielo pensara que no había volado nunca! Es que tenía debajo una extensión ininterrumpida de nubes, como un mar ebullido y vuelto a condensar, y buscaba algún punto en que se separara y me dejara ver la tierra debajo. Imposible: ese blanco cubría perfectamente la superficie y calcaba el suelo y su irregularidad como si se tratara de un molde o una sábana que reproduce el relieve del cuerpo al que cubre. Así adivinaba yo, bajo las crestas trazadas por el camino de las nubes, colinas sobre las que no vivía nadie y, bajo sus valles, depresiones en el terreno. Lo que no pude imaginar fueron personas.
De todas formas, al final, no hizo falta porque terminé por encontrármelas: un niño brillante, un hombre que nos habló sobre centauros y disputas míticas entre hermanas que terminaron en muerte, otro par de hermanas con el que sí que pude hablar y otra clase de animales en mi plato, deliciosos, que no nombro porque me avergüenza. Aunque es mejor dejarlas para después: no me interesa ese viaje hacia el este caluroso sino uno, posterior y muy distinto, hacia el sur, tan arriba en el globo como nunca antes había estado.
De camino, cuando pude mirar por la ventanilla, estábamos sobrevolando el litoral pero de forma que me era imposible ver la tierra o ver el cielo: sólo conseguía dirigirme hacia abajo, a un azul inacabable e inmaculado. Quizá porque encuentro entretenido perderme a veces en la confusión, me dio por creer que el avión estaba dado vuelta, que si caía no iba a zambullirme en agua sino a salir despedido del planeta, que ese azul no era sino un cielo despejado por completo. Pero no se cayó nadie y todos aplaudieron cuando estuvimos a nivel del suelo, como si en el fondo sintieran alivio, como si hubieran sospechado catástrofes. Luego los vería aplaudir también en otros sitios: en el cine, sin falta, antes de empezar una película y en cuanto terminaba; en la calle, frente a alguien que hiciera música; incluso alguna vez aplaudimos y gritamos en el metro, en medio de una efervescencia deliciosa, impacientes por lo que estaba por tener lugar.
El que un vagón de metro suele estar abarrotado hasta lo penoso ya es cosa sabida: no habría sorpresa en mencionar que por las estaciones circulan cientos de miles de personas, y yo ni siquiera estaba en Tokio o en Ciudad de México ¿Qué decir entonces? Sólo un par de cosas: en todos lados hay quien intenta vender cosas que nadie quiere, representando la pantomima universal del comercio para encubrir la mendicidad, la súplica, con la diferencia de que únicamente allí he visto que los vendedores dejen sus mercancías sobre las piernas de los potenciales compradores. Así, me parece, ponen a la otra persona en una situación bochornosa: no puede negarse a recibir ese objeto y, por tanto, al compromiso que subyace; lo miran a uno como diciendo: “pero es evidente, asombrosamente claro, ¿no estoy yo aquí, mendigándote, adquiriendo sobre ti un crédito por este solo hecho? Entonces, ¿qué piensas? ¿dónde tienes la cabeza?” (Lévi-Strauss, 1988). Y uno ve esos ojos y debe regresar los audífonos, las medias, los cordones o ni siquiera eso: regresar el papelito que dice que viven con hambre siendo viudas, huérfanos, enfermos. A la estación Diagonal Norte de la línea C la decoran azulejos hermosos y yo los veo mientras escucho a una mujer pedir ayuda porque es ciega.

Figura 2. Sánchez, D. (2024). Cielos y Tambores [Ilustración]. Buenos Aires. Cortesía del artista
De vuelta a ese día colmado de arengas, me llegué a preguntar si tenía caso ir, si era justo o tenía sentido que marchara, en un país ajeno, por causas ajenas, haciendo coro de consignas a las que seguro que no tenía derecho. El que yo estuviera en ese suelo un 23 de abril era mera coincidencia, pero desde mi cuarto, a través de la ventana, se veía el cielo azul y se escuchaban bombos y cornetas que acallaron cualquier duda o cualquier pudor ¡Qué importaba!, ¿quién me lo iba a reclamar? Esa multitud en el subte no me iba a reprochar mi acento extranjero y es seguro que, ya arriba, mi voz era indistinguible de la del resto, que se había convertido en un clamor como de partido de fútbol; porque eso parecían las calles: tribunas que hubieran desbordado estadios, un carnaval fuera de calendario, inesperado, enardecido ¿Cómo no cantar, cómo no saltar con el resto? Hasta el impulso de encaramarse a lo que fuera me pareció, entonces, perfectamente comprensible, cuando antes, después de un mundial, tal panorama me había causado tanta risa. Yo quería ver la muchedumbre desde arriba, presenciarla aun a costa de no estar sumergido en ella: la suma de insignificancias convertida en mar. Nadie de quienes estaban ahí era alguien realmente pero, ¿cómo fingir que no estaba la ciudad entera? “Y cuando estuvo entre la multitud humana no fue casi nada; solo un ser humano entre muchos (…)” (Hamsun, 1969).
Luego, intentar salir de ahí, claro, porque falta el aire ¿Sería eso lo que buscaba de un viaje sin fotografías, sin mensajes para mis amigos, sin llamadas para la familia? ¿Desaparecer en multitudes de desconocidos? ¿Salir de la patria como Ovidio (1996) que se separaba de su país como si se separara de sus propios miembros cuando una parte de su cuerpo “parecía que era arrancada de la otra”? ¿Qué sería lo que quería arrancar de mí?
Como no supe responderme me aventuré a arrancarme el aburrimiento yendo una noche al Vorterix, llamado por afiches que cubrían las calles y esperando, con suerte, hacerme algún amigo: “¿Escucha Winona Riders?, ¡yo igual!”. Un palco cercaba la pista, decenas de pies muy por encima de mi cabeza y ojos que veían y ojos que grababan apuntando al tumulto de abajo. Podía subir y ser testigo, registrar el espectáculo, ser consciente, gracias a la distancia y a ese excepcional punto de vista, de la verdadera escala del concierto; o quedarme allí sumergido en lo que pasaba. Hice lo más sensato (que no lo más inteligente) y me dejé golpear y arrastrar de un lado al otro, ahogándome en calor ajeno, bruñido con sudor. Ojalá lamer la transpiración que me llega a la boca y sorprenderme con el sabor, no hallarlo salado sino amargo, hervir por dentro al tiempo que al iris se lo devora la tiniebla por completo. De haber pasado podría contar, sin tropezar con una sola metáfora, sin que fuera adorno o invención con pretensiones literarias, que mi cuerpo se descoyuntó con un golpe de tambor, que se elevaba mientras se alargaba como una cadena, como la piola de un trompo, y que vibraba al fin como una cuerda. Vuelto un líquido le habría dado materia al sonido al prestarle forma, le habría servido de recipiente, vuelto la carne de esas voces que gritaban. Estando así, quizá, las luces habrían estallado realmente, el palco disuelto y, a la altura de mi rostro, el techo en contacto con mi coronilla o, bueno, quién sabe, podría haber ocurrido como en sueños cuando me quedo ciego.

Figura 3. Sánchez, D. (2024). Cielos y Tambores [Ilustración]. Buenos Aires. Cortesía del artista
Pero es que era cierto que le daba forma al estruendo, ¿o acaso no vibraba el suelo y yo con él, no era yo el líquido de mi sudor y mi sangre? En el escenario golpeaban el parche de un bombo y sobre el suelo a mí me golpeaba gente hermosa: los miraba y que esas manos me estrujaran así era para agradecérselos. No había metáfora en ningún lado, subíamos y bajábamos, no como un mar sino hechos uno. La marcha y el concierto no eran como un carnaval sino lo mismo: “el latido de los tambores, el encantamiento de zumbidos extraños” (Conrad, 2021). El ritual maravilloso de una fiesta.
Pero mejor paro de escribir, que me tropiezo.
Referencias
Lévi-Strauss, C. (1988). Tristes trópicos. Ediciones Paidós Ibérica S.A.
Hamsun, K. (1969). Bendición de la tierra. Plaza y Janés S.A., Círculo de lectores S.A.
Ovidio. (1996). Tristes. Planeta de Agostini S.A.
Conrad, J. (2021). El corazón de las tinieblas. Plutón ediciones X. s.l.
Cómo citar:
Sánchez, D. (2024). Cielos y Tambores: Notas de viaje. Portal Error 19-13. Revista de arte contemporáneo 5 (9). Disponible en: https://portal-error-1913.com/2025/04/25/cielos-y-tambores/
Fecha de recibido: 30 de Junio de 2024 | Fecha de publicación: 25 de Abril de 2025
Portal Error 19-13. Revista de arte contemporáneo.
ISSN: 2711-144
SOBRE EL TRABAJO, EL TIEMPO, EL DINERO Y EL CONSUMO: UN MANIFIESTO EN CONTRA DE LA ABUNDANCIA Y A FAVOR DE LA SUFICIENCIA
About work, time, money and consumption: A manifesto against abundance and in favor of sufficiency
Por: Andrea Zuñiga Delgado
Artista Plástica| Universidad de Caldas | archipielagoindefinido@gmail.com

Figura 1. Andrea Zúñiga. 2022. Sobre el trabajo, el tiempo, el dinero y el consumo: un manifiesto en contra de la abundancia y a favor de la suficiencia. [Autopublicación]. Cortesía de la artista
Escrito el 13 de agosto de 2022, en la sede pedagógica natural del Validadero Artístico Internacional.
Conjuro un horizonte distinto al infértil paisaje en llamas que nos impuso crecimiento ilimitado en cuerpos finitos.
Invoco la fuerza necesaria para defender mi tiempo como si de ello dependiera mi vida, porque de ello depende.
Dibujo senderos alternos, atajos, desvíos, para evadir las pretensiones de éxito y progreso que me devastan a mí, a otros seres, a la tierra que somos.
Bosquejo un itinerario desde el reposo pero también desde la complejidad de nuestra especie sensible, inquieta, vulnerable.
Desafío las leyes implacables del hacerlo bien y el hacerlo todo. Abrazo el acuerdo imprescindible de hacer lo que puedo y hacerlo con otrxs.
Usaré mi fantasía cuando la realidad haga imposible mi existencia. Usaré mi ingenio para ocultarme de la Hidra que todo lo vende, hasta la ilusión de libertad.
Renunciaré sin miedo a mis sueños si son una visión lejana que me priva de vivir en tranquilidad; si mis sueños me atormentan quizá son pesadillas.
Dudaré de los caminos que sólo sirven a mi propia satisfacción y bienestar: somos radicalmente interdependientes, si pierdo esa claridad lo pierdo todo.
Me aferro a la comprensión inequívoca de que mi vida no se divide en “tiempo de trabajo” y “tiempo libre”. Huiré del tiempo binario, buscaré el tiempo complejo.
Requiero tiempo para trabajar y ser remunerada, también para cuidar y ser cuidada, para alimentarme, bailar, hacer un jardín, para vivir el dolor, el fracaso, la enfermedad y la muerte.
Abrigaré las horas desordenadas y los calendarios caóticos, aun si ello rompe dolorosamente mi ficción de identidad.
Me entenderé en relación con otrxs: necesitamos colectivizar, organizarnos, participar, cooperar.
Asumiré mis coordenadas racializadas, colonizadas, de clase, género, edad, territorio, genealogía.
Tomaré mi lugar de enunciación.
Tendré presente que mi atención es traducida a modelos de consumo que pueden ir al gran abismo de la acumulación global.
Seré valiente para confrontar la imaginación nublada frente a lo que debe darle sentido a mi camino.
Invocaré los sentidos múltiples que surgen más allá de nosotrxs mismxs, sentidos enraizados en el vivir juntxs.









Figura 2-9. Andrea Zúñiga. 2022. Sobre el trabajo, el tiempo, el dinero y el consumo: un manifiesto en contra de la abundancia y a favor de la suficiencia. [Autopublicación]. Cortesía de la artista
Cómo citar:
Zuñiga, A. (2024). Sobre el trabajo, el tiempo, el dinero y el consumo: un manifiesto en contra de la abundancia y a favor de la suficiencia. Portal Error 19-13. Revista de arte contemporáneo 4 (6). Disponible en: https://portal-error-1913.com/2025/03/31/sobre-el-trabajo-el-tiempo-el-dinero-y-el-consumo/
Fecha de recibido: 21 de febrero de 2024 | Fecha de publicación: 31 de marzo de 2025
Portal Error 19-13. Revista de arte contemporáneo.
ISSN: 2711-144
IMPRESIONES DE LA MEMORIA
Memory impressions
Por: Yury Alexandra Aguirre Corrales
Estudiante Maestría en Artes | Universidad de Caldas |yury.2621719007@ucaldas.edu.co

Figura 1. Kumanday. Desde el mirador de San Martín Herveo Tolima. Fuente: Yury Alexandra Aguirre Corrales
La presencia de Mnemosyne en el juego mitográfico de mi existir, instala en el tiempo presente fragmentos de un pasado preciado, viaja por caminos anchos y extensos habitados por las añoranzas de una niña sin su padre. Aquí inicia el viaje de sanación, a través de la memoria y sus múltiples soportes. Empiezo entonces la senda por mi propia existencia, que lleva a la búsqueda de las experiencias personales y familiares que marcan de forma indeleble mi existir.
Recuerdo esta época como si fuera ayer. Ver el gran jardín colgando del balcón, las texturas, los colores, los aromas, las majestuosas cascadas que brotaban de la tierra cuando llovía. Ver a mi padre acercarse a mí para envolverme en una ruana finamente confeccionada con lana de ovejo. Perseguir los saltamontes para quitarles la cola, dibujar en el cielo con el algodón blanco de las nubes mientras navegaba en un mar verde césped. Crear carreteras con una camioneta roja sujetada de un cordón, dar vueltas y vueltas en mi motocicleta. Abrir los brazos para un abrazo de mamá, la música de mi hermana colgando de un radio negro que programaba moviendo la antena. El calor del fogón de las tardes heladas en la “tierra fría” como le llamaban los abuelos. Cosechar papas en el jardín y llevarle la cosecha a mi madre. Comer arepas en la tarde acostada en el sofá, mientras miraba por la ventana y tomaba tetero de aguapanela con leche. Escuchar las historias de mi padre y pedirle que me contara nuevamente de Policarpa. La vida entre la casa, el jardín, la familia y las nubes.

Figura 2. El Balcón. Vereda la Alejandría Herveo-Tolima. Fuente: Archivo familia Aguirre Corrales
Me gusta habitar el tiempo en presencia de documentos, archivos personales y familiares. Me interesa dialogar extensamente con las personas de la comunidad sobre su pasado, la relación con lo histórico, lo cual, me lleva a lo que para Para Le Goff sería “la materia prima de los historiadores”. Quizás sin darme cuenta he estado jugando a ser historiadora a recolectar fragmentos de mi propio pasado. Diseñando las preguntas exactas para las tías, encontrando las fuentes que me lleven escudriñar su pasado y por qué este es tan arraigado y sentido, como si las entrañas se quisieran salir cada vez que evocamos las experiencias vividas y compartidas, la forma en que habitaron su vereda, la relación con la montaña, con sus padres y en especial con ellas mismas. La mayoría del tiempo experimento emociones de tristeza y frustración al saber el contexto trágico y doloroso al que estaban sometidas. Debo aclarar que las encuentro más conversadoras de lo que fue mi padre. El cual, la mayoría de tiempo fue un enigma, pues, siempre se paseaba con su figura corpulenta y reservada, concentrado en su trabajo inagotable. Esta costumbre de trabajo del campo, es una respuesta a las tradiciones campesinas heredadas de los procesos de colonización de vertientes de la región antioqueña colombiana, desde finales de la Colonia y lo que llamaría James J. Parsons ocupación de la zona de tierras libres, personas pujantes y trabajadoras que sin duda enriquecieron el famoso “mito paisa”, este pasado antecede a mi familia.
Mi familia fue quien con esfuerzo tumbó el monte en la tierra fría para fabricar sus propias casas. Cuentan las tías que el abuelo Julio, desbarató su casa en la finca y la trasladó hasta Herveo. Armaba, desarmaba y reconstruía las casas de Tabla parada, ese era su trabajo, el cual acompañaba siempre de café y cigarrillos. Fueron trabajadores sin descanso: recuerdo salir con mi padre desde las cinco y media de la mañana a la preparación del ordeño antes de ir a la escuela. Sin duda, sus trabajos junto con los de mi madre no cesaban hasta que llegaba la noche. Fuimos herederos de costumbres serviles, un lugar común de las anteriores generaciones. Estas memorias son manifestadas y recreadas a partir de creencias, mitos y ritos.
Este es un pasado melancólico que no quiero olvidar, que a pesar de los años intento conservar por medio de la escritura, de las imágenes y de los objetos. Recordar mi lugar en ese paisaje verde y gris neblinoso, un intento de eterno retorno. La pérdida de mi padre me ha permitido hacer preguntas, cuestionamientos y vivir la memoria de formas distintas. Me intereso en la relación de los otros con ella, en los lugares que compartimos sin darnos cuenta. Los tejidos que se van creando de forma silenciosa, los cuales terminan por colectivizarla. Habilitarla implica regresar a los lugares, los aromas, los sonidos y los objetos, sentirlos y vivir a través de ellos.
El pensadero
Dentro de las experiencias de retorno al pasado, tengo algunos escritos sobre aquel hueco inmenso en mi pecho que dejó la pérdida trágica de mi padre, y sobre esos lugares y objetos que marcaron mi niñez. Estos textos los escribí en mi diario, en unas cápsulas del tiempo que llamo El pensadero:
Querer no olvidar la casa
“Aquí sentada en mi sofá, siento como llueve y como se levanta la cortina con un leve viento frío acompañada del sonido del laúd, mi casa en Herveo. La habitación de mi padre: una cama de madera antigua, con pequeños barrotes, tendida de una base roja y sobre ella un pavo real, al lado, la pequeña habitación forrada de un papel azul con flores pequeñas, ahí una marca para ganado, alcohol con alacrán, botas de cuero viejas, botas de caucho, unas sandalias sin usar, las mismas que le obsequié cuando fui a Cartagena por primera vez. Me asomo a la ventana y veo cómo baja la lluvia, cargada de barro desde el parque ¡Se siente el frío! Voy a su cama y me envuelvo en una cobija que traje de mi habitación, es una cobija pequeña, la de la infancia, color rosa.
De la cama cuelga un radio y una linterna pequeña. Me dispongo a ver HBO, nuevamente una película de Harry Potter, y si, las “Reliquias de la muerte”. Veo como se levantan las cortinas blancas por el viento frío y me dispongo a cerrar la ventana, siempre que las cierro sueño que estoy en otra época; en ese instante observo caballos pasar arriados por sus amos, los perros en manada detrás de alguna perra y yo cierro las dos alas de la ventana y en ellas dos mini ventanitas.
Me voy a la cama nuevamente, concentrada en la muerte de Albus Dumbledore y mi padre entra de la tienda, como siempre sin avisar y me incomoda un poco, viste una camisa azul claro, jeans y botas cafés -va para el baño-. Me dispongo a ir a la cocina a prepararle el algo, paso por el gran armario, el cual nos ha acompañado desde su matrimonio con mi madre. Sobre el armario: trofeos de tejo, una coca roja con medicamentos, sus lociones y algunas cosas olvidadas. En ese caminar paso por la sala donde hay un bife justo después de la puerta de mi habitación, allí se encuentran las fotos de la graduación de mi hermana; también las fotos de mi sobrina y las nuestras el día en que cumplí quince años.
Al frente está la lavadora, la cual ya sabe usar mi padre, pues luego de la separación con mi madre tuvo que aprender los quehaceres domésticos. Justo en la mitad del bife y la lavadora existen unas escaleras y una puerta que da a un pequeño patio donde solo cabe el lavadero y el tanque. Pero tiene una gran vista a los amaneceres, justo a las 5:30 de la mañana sabe posarse el alba, echa fuego. Sobre la lavadora unas láminas precolombinas de mi viaje a San Agustín y Tierradentro. Luego los grandes ventanales de vidrio, mi adoración en esa casa, elegantes muy elegantes y bellos, cubiertos por tres cortinas verdes, los muebles color rosa obsequio de bodas de mis padres, un cajón de color barniz claro donde está el televisor negro, el dvd, un espacio vacío donde puse hace unos días el tv pequeño donde veíamos las novelas en la finca, en sus gavetas los álbumes de familia, agendas, cartas de mis amigas en un sobre de regalo verde brillante. En medio de él dos matas grandes de hojas verdes y justo al frente el comedor con un mantel rojo y sillas rojas.
A la izquierda la cocina, al lado derecho un lavadero con dos llaves, la estufa en un cajón rojo de metal y luego un gran mesón, con dos compartimentos al aire libre y los dos siguientes sellados con un pequeño cuartón de madera los cuales giran para cerrar. Sobre el mesón hay una alacena de barniz oscuro. Al fondo una puerta que da al baño, una pequeña sala y dos habitaciones, una muy pequeña pues fue adaptada justo luego de crearse esta casa inferior, antes era un zaguán por donde entraban los caballos al patio. El baño muy antiguo y lleno de moscos, nunca pude erradicarlos.
Finalmente, mi habitación, dos camas, una pequeña, la mía, camita hecha por mi abuelo y una base donde siempre duerme mi hermana y mi sobrina cuando vienen de paseo. Aquí solo hay una ventana grande, sin tribunas, luce una cortina blanca, un armario café adherido a la pared, allí en un lado los sacos y camisas de mi padre, junto con cobijas, sabanas y trapillos de limpiar. Al otro lado mis libros, cuadernos viejos y mi ropa, un pequeño cuadro rosa con la foto de mi hermana muy aseñorada, algunas barbies de frozen de la sobrina, del año que descubrió quien era el niño dios, un espejo pequeño en un cuadro de osito”

Figura 3. Casa familiar Herveo – Tolima. Sistema construcción bahareque y Tabla Parada. Fuente: Archivo familia Aguirre
Viajes oníricos
“Anoche despertaste en mi sueño, caminaste de regreso a casa y nos abrigaste con tu loco sentido del humor. Observe cómo ocupabas nuevamente tu rol en la tienda. Pude ver cómo entraba un pequeño rayo de luz y sonido por una hendija, estabas abajo escuchando música y muy feliz. Arriba mi madre estaba en la habitación de nosotras y yo observaba desde la escalera a mi hermana caminar con el álbum de familia hacia allá.
¡Estaba fascinada con el efecto del sueño!
Fui a donde ellas, mi hermana abrió el álbum, retiró una foto, esta tenía movimiento.
Era yo con un vestido de jean, quizás tenía uno o dos años, vi el amor de mi hermana por mí, sonreía.
En la foto estaba cantando en la montaña, le cantaba a mi padre. Luego corría a un gran árbol donde estaba mi madre y me subía a sus ramas. Este árbol colgaba del cielo con unas ramas muy anchas y fuertes, de color gris con una gran cantidad de musgo.
Mi madre estaba sentada y yo parada sobre dos ramas haciendo mover el árbol, reía y cantaba; lo sentí real. Tenía emociones que solo sentía cuando vivía en casa con mis padres, como si estuviera recordando desde allí.
Cuando estaba culminando mi sueño, emití una frase a mi padre cómo si estuviera escribiendo una carta en la que decía: Duerme por siempre, mi amor”


Figura 4. Don Ricardo ordeñando. Vereda la Lejandria Herveo-Tolima. Fuente: Archivo familia Aguirre.
Figura 5. Convite con vista al Kumanday. Fuente: Archivo familia Aguirre
¿Dónde reposan las grietas de la memoria?

Figura 6. Taller Imágenes como impresiones del tiempo: de la memoria al documento y de ahí al archivo. Fuente: Sara Gómez
Todo esto son solo piezas de búsquedas que se han hecho permanentes, lugares de la memoria que conducen a múltiples imágenes y cuestionamientos. Para mi fortuna, no camino en soledad, desde el año 2018 he podido participar en un colectivo de encuentros y desencuentros llamado Ciudad Impresa-Proyecto de Imagen y Fotografía Documental, iniciativa de interacción social de la ciudad de Manizales Caldas que ha dejado que sea en esencia lo que he deseado ser en calma y en pausa. Una búsqueda constante entre el polvo de los archivos privados como los álbumes y diarios personales, documentos y objetos que finalmente son compartidos con otras personas a través de gigantografías y talleres expuestos para que sean reinterpretados y habitados en múltiples formatos, capas sobre capas de narrativas individuales y colectivas. Habitarnos a partir de las imágenes de archivo, por medio de ejercicios prácticos que permitan acercarnos a la memoria. Comprendiendo que la imagen que tenemos de nuestro territorio, define nuestra forma de crear y visibilizar estas narrativas con comunidades. Las memorias de mi padre, de mi casa, son solo un fragmento agrietado de una superficie profunda y dispersa. Cada integrante del colectivo sigue, en esencia, un viaje propio, siendo esto tan solo una parte de la vida de una integrante del colectivo, que lleva en el corazón a la comunidad de Herveo Tolima, municipio abrazado por el volcán Tulaymá y el nevado Kumanday. Cada uno de los participantes se reconoce a partir de la acción e interacción con las imágenes, los objetos, los archivos y los lugares propios, los cuales posibilitan el viaje narrativo permitiendo ritualizar, motivar e intencionar individual y colectivamente la memoria.

Figura 7. Proceso de montaje Barrio Solferino Manizales -Caldas 2019. Fuente: Cristian Andrés Aristizábal

Figura 8. Proceso de montaje Barrio Solferino Manizales -Caldas 2019. Fuente: Juan Diego Arango
Cómo citar:
Aguirre, Y-A. (2022). impresiones de la memoria. Portal Error 19-13. Revista de arte contemporáneo 4 (7). Disponible en: https://portal-error-1913.com/2024/07/03/impresiones-de-la-memoria/
Fecha de recibido: 7 de diciembre de 2022 | Fecha de publicación: 3 de julio de 2024
Portal Error 19-13. Revista de arte contemporáneo.
ISSN: 2711-144
Manifiesto al crimen
Manifesto to crime
Por: Diego Quintero Sanchez
Estudiante Artes Plásticas | Universidad de Caldas | diego.12012736@ucaldas.edu.co

Figura 1. Quintero, D. (2022). Sin Título [Fotografía]. Manizales. Fotografía cortesía del artista.
Mis tenis rotos no aguantan un paso más, los he obligado a perderse junto a mí por las frías y oscuras calles de cualquier ciudad, callejones en donde el cemento se convierte en monte cuando cae la noche. Bajo el resguardo de Ramón Puntilla y Juanito Alimaña, he sobrevivido en una jungla donde las ratas son autorizadas por cerdos a portar cabras, y yo soy una simple liebre. Llegué a pensar que todo lo que hacía dentro de esta jungla podía llamarlo arte, pero no es así, es mucho más que eso. Cuando entré en el mundo del crimen, poco o nada sabía de él, y no es que ahora lo entienda, pues tengo más preguntas que cuando empecé: la duda ha inundado mi mirada y entendí que la oscuridad que yo habitaba no era solamente física.
Comencé a recibir respuestas claras cuando dejé que el silencio respondiera por mí; abandoné las verdades absolutas y empecé a cuestionar todo, incluso lo que creía incuestionable. Ya no estoy seguro si el graffiti es arte; finalmente, estaría bastante contento de que no lo sea.
Después de 7 años pintando en la calle, comprendo que el graffiti, el verdadero graffiti, es egoísta, pura satisfacción estética.
No se aprende en ninguna academia.
No se vende ni se subasta.
El graffiti no trae fama más que la de una pequeña subcultura.
El graffiti no tiene reglas técnicas.
El graffiti es anónimo.
El graffiti es ilegal.
El graffiti no conoce bandos políticos ni religiosos.
El graffiti no es clasista, no discrimina estratos socioeconómicos.
Nadie es dueño del graffiti, ni siquiera su autor.
El graffiti es una ofrenda al crimen.
Si los muralistas le dan valor al entorno urbano, nosotros lo robamos.
El graffiti es sinónimo de abandono y comportamiento antisocial, un recordatorio constante de que la sociedad es frágil e incontrolable.
Desde siempre nos hemos encontrado en la impetuosa necesidad de marcar lugares que visitamos, esto no es algo propio del graffiti. El neandertal pintaba su cotidianidad en las paredes de las cuevas, los romanos acostumbraban a escribir frases de todo tipo en los muros y columnas de la ciudad, los marineros y piratas, al pisar tierra, solían marcar sus iniciales sobre piedras y árboles; hemos resignificado el término para hacerlo nuestro. El graffiti ya no es todo aquello que pintas sobre un muro al exterior.
Es entre Philadelphia y Nueva York en los años 70 donde nace el graffiti. Jóvenes de barrios marginales comienzan a esparcir sus apodos en medio de rejas, muros y vagones del tren. A lo largo de los años, varios escritores han practicado fielmente este quehacer, pero son pocos los que se han dispuesto a contar su historia. Quizás sea bajo la premisa de que el graffiti es efímero y no merece ser recordado, o tal vez hemos vivido tan al margen de la sociedad que no nos sentimos parte de la historia.
Es aquí donde creo pertinente el uso del arte, usar las dinámicas artísticas como una forma de contar, desde el privilegio, la realidad que se vive en las calles. Y no, no planeo llevar las letras sucias y callejeras al cubo blanco para que doña Elvira y sus amigas, rociadas de su perfume Christian Dior, se sientan en la posición moral de criticar la calle que no conocen. No le puedo ser desleal al graffiti, que todo me ha dado. Por eso, mi arte va dirigido a una pequeña parte de la sociedad olvidada: el ladrón, el indigente, el drogadicto, el callejero, el barrista… Pero no voy a vender el ideal que tanto tiempo el graffiti ha construido desde las sombras: el arte solo será un medio para contar la historia a mis hermanos de la calle. Si el arte es mi condena, haré que toda la pena valga.

Como citar:
Quintero, D. (2022). Manifiesto al crimen. Portal Error 19-13. Revista de arte contemporáneo 4 (6). Disponible en: https://portal-error-1913.com/2024/04/11/manifiesto-al-crimen/
Fecha de recibido: 5 de octubre de 2022 | Fecha de publicación: 11 de abril de 2024
