The refuge of nothingness: “white on white” from the living room of my house
Por: Ana María Peña Gómez
Estudiante Maestría en Estética y Creación | Universidad Tecnológica de Pereira | ana.11911125@ucaldas.edu.co

Figura 1. Kazimir Malevich. (1928). White on White. Nueva York: MoMA
¡Perdida, cuando ya estaba salvada!
¡El mundo dejé atrás!
Y me armé para hollar la Eternidad.
– Emily Dickinson
Tendría que estar en clase a las siete. Son las siete y cinco y apenas estoy cerrando la puerta de mi casa. El semáforo en rojo. Se me olvidó sacar la plata del almuerzo. Un pito. “¡Abra el ojo, niña, que me la llevo por encima!”. Está frío y no traje chaqueta. Menos mal me alcanza para el bus ¿Hoy a qué estamos? Mierda, no saqué para el arriendo. “Niña, el pasaje es a dos mil novecientos”. “Señoras y señores, hoy voy a rapearles una canción”. Un pito ¿Qué sentido tiene todo esto? Creo que pensé en voz alta y la señora del lado me escuchó. “¡Achú!”. Está cayendo ceniza. Un pito. Tic-tac, tic-tac. Tengo hambre. Esa de allá me está mirando mucho, ¿será que tengo algo? Está frío y no traje chaqueta ¿Dónde está mi celular? “A la orden, niña”. “¡Achú!”. Lo encontré. “Dos aguacates por cinco mil” ¿Por qué será que no me quiere? “Repita ese trabajo que le quedó mal hecho”. Tic-tac, tic-tac. Tengo frío ¿Por qué estoy aquí? Un pito. “¡Achú!”. “¡Abra el ojo, niña, que me la llevo por encima!”. Tic-tac, tic-tac. Nada de esto tiene sentido. “¡Achú!”. Un pito. “¡Abra el ojo, niña!”. Tengo frío. Tic-tac, tic-tac.
Si pudiera tener una pintura en la sala de mi casa sería “Blanco sobre blanco” de Kazimir Malévich. Llegaría a mi casa, con frío y llena de miedos, y me sentaría frente a ella a contemplar el vacío y a sentir el alivio de la nada.
Vería desde el sofá de mi sala a la pintura (Imagen 1): un lienzo cuadrado (79,4 x 79,4 cm) de color blanco, sobre el cual se halla plasmado un cuadrado blanco, de un tono un poco más frio que el lienzo, que se inclina ligeramente hacía la esquina derecha; un objeto liviano, vacío y sin peso, moviéndose por la nada del lienzo. Así se debe sentir flotar en el vacío, soltar todos los colores, las formas e ideas, el peso y la gravedad y dejarse abrazar por el infinito de la nada, por un espacio no convencional, donde no hay bordes, ni arriba o abajo, donde sólo queda la eternidad.
Colgada en la sala, la pintura seguiría dando mucho de qué hablar, igual que como lo hizo cuando fue realizada. Desde mi sofá escucharía a mis visitantes diciendo que no entienden el cuadro. Artistas y no artistas se rasgarían las vestiduras porque “cualquiera puede hacer eso” y “esa pintura sólo vale millones por el nombre atado a ella”.
― “El arte está muerto” —aseveran—. “En esa pintura no hay nada”.
Entonces, de algún lugar de la casa saldrían otros seres a sustentar la pintura. “El cuadro es una búsqueda del artista por dejar de lado la tradición del arte occidental de pintar objetos directamente de la realidad”, sostendrían con pedantería; “es verdad que en esa pintura no hay nada porque ese fue el objetivo de Malévich: liberar a la pintura de lo superficial, vaciarla de todo hasta que en ella sólo se reflejara lo esencial”.
Tienen un punto esos seres. “Blanco sobre blanco” hace parte de una extensa serie de pinturas desarrolladas por Malévich, a principios del siglo XX, cuando fundó el “Suprematismo”, un movimiento artístico que perseguía un gran objetivo: la creación de una obra que mostrase sólo lo esencial, lo “supremo”. Para ello fue necesario despojar a la obra de todo lo que Malévich consideró superfluo; primero renunció a la intención de representar la realidad, luego exploró con las formas geométricas básicas y con colores primarios y finalmente cuestionó la espacialidad de la pintura en un intento por acercarla al vacío.
El propio Malevich (1927) lo expresó así: «Los suprematistas han abandonado por su propia iniciativa la representación objetiva para llegar a la cima del verdadero arte no disfrazado y para admirar desde allí la vida a través del prisma de la pura sensibilidad artística” (p. 8). De esta forma, Malévich marca el ideal a seguir: la “sensibilidad pura”, sensibilidad en donde ni siquiera debe haber un contenido, tan sólo vacío. “Blanco sobre blanco” es ese vacío, pero no uno de forma sino un vacío como el infinito, como transparencia. Un vacío como eternidad.
“Blanco sobre blanco” fue la culminación de las pretensiones suprematistas respecto a una búsqueda que tuvo mucho sentido hace cien años y que derivó en una extensa exploración de la abstracción en el resto del siglo XX. Pero ahora, con un público acostumbrado a los resultados de esa ruta, “Blanco sobre blanco” ha perdido su extrañeza original. Entonces, ¿por qué la obra me sigue conmoviendo tanto?
― En cierto sentido, es verdad que el arte como se conocía hasta entonces murió con “Blanco sobre blanco”: ahora el arte está liberado de contenidos y de representaciones de la realidad” —continúan los pedantes sacándome de mi disertación.
― Mucha importancia histórica pero la pintura no valdría tanto si no tuviera la firma de Malevich —Aúlla uno de los detractores.
Los aulladores tienen un punto: el mercado del arte se ha configurado alrededor de los nombres. El valor económico de las obras se suele determinar por el reconocimiento de sus autores y, en el caso de “Blanco sobre blanco”, lo define su importancia histórica dentro del Suprematismo. La obra en sí misma no determina el precio que puede tener: son las tendencias e intereses del mercado del arte las que lo aumentan o disminuyen.
Es necesario, entonces, pensar la obra más allá de todo lo que mis invitados (pedantes y aulladores) han dicho al respecto. Separarla del mercado del arte y de su valor económico; apartarla del abrigo de su autor, de las búsquedas intelectuales detrás de ella y de los significados e interpretaciones que se le adjudican y que, en ocasiones, incluso exceden su alcance.
Si veo a “Blanco sobre blanco” separada de todo eso, si admiro a la obra aquí, en la sala de mi casa, ¿me conmueve? ¿Por qué me conmueve tanto?
Esta, como las obras interesantes, no necesita de defensores que la sustenten, ni precisa, para conmovernos, de maestros que nos recuerden su papel en la historia del arte. Lo que requiere, que no es poco, es tiempo para contemplarla, para adentrarse en ella y en su vacío. Con esta obra Malévich buscaba escapar de las ataduras del arte de su época y ahora con ella podemos hacer lo mismo con las ataduras de nuestro tiempo: escapar del consumo obsesivo, del más es mejor, del tener la cabeza llena de todo. El vacío es un refugio al que aspiramos siempre poder volver.
Sentada en el sofá de mi casa veo a la pintura luego de un día largo: llegué tarde a clase, no pagué el arriendo, nada tiene sentido. “¡Achú!”. Tic-tac, tic-tac. Y frente a mí sólo encuentro vacío, uno que es infinito. Me gustaría estar dentro del cuadro: ser ese cuadrado que se vacía a sí mismo y flota, ser la nada que contiene todo. En una vida donde la ansiedad es una constante y donde los pensamientos se agolpan unos sobre otros, el vacío es un refugio: es el camino a la eternidad.
Referencias
Malévich, K. (1927). El mundo inobjetual: Segunda parte – Suprematismo (G. Luna, Trad.). Albert Langen Verlag. Recuperdado de: https://www.academia.edu/45087958/Kasimir_Malevich_Manifiesto_Suprematista_signed
Cómo citar:
Peña, A. (2024). El refugio de la nada: » Blanco sobre Blanco » desde la sala de mi casa. Portal Error 19-13. Revista de arte contemporáneo 5 (9). Disponible en: https://portal-error-1913.com/2025/05/02/el-refugio-de-la-nada/
Fecha de recibido: 9 de Octubre de 2024 | Fecha de publicación: 2 de Mayo de 2025
Portal Error 19-13. Revista de arte contemporáneo.
ISSN: 2711-144
