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Por: Juan José Narváez
Estudiante Maestría en Artes | Universidad de Caldas | jjgonzaleznarvaez@gmail.com

Figura 1. González, Juan José. (2022). Macho [Fotograma]. Armenia, Colombia
-¿Usted juega fútbol?
El pequeño Juan nunca pensó que la respuesta a esta pregunta aparentemente sencilla pudiera ser determinante para su vida social. A sus nueve años, recién llegado a un colegio de élite, nunca había considerado que fuera raro; mucho menos que sus nuevos compañeros, a quienes ansiaba conocer, fueran a rechazarlo por no patear un balón. Desde ese momento supo que algo no estaba bien, pero se dejó convencer de que el problema era suyo.
Desde que nacemos, poco después de cumplir necesidades biológicas como remover el cordón umbilical, somos sometidos al cumplimiento de necesidades sociales como ponernos nombres y apellidos: agregarnos oficialmente al sistema. Para ello somos sometidos por primera vez a una serie de etiquetas que nos clasifican sin consentimiento alguno. Con el paso del tiempo se nos van asignando más y más y, tal vez sin darnos cuenta, nos definen determinantemente.
La primera vez que experimentó la presión social, Juan era muy pequeño para entenderlo. A sus madres -mamá, abuela y tía, quienes ejercían el rol maternal y paternal en su vida- se les hizo extraño cuando “el niño” les pidió unos guayos, sin embargo, se alegraron de que estuviera haciendo nuevos amigos y lo complacieron con unos botines futbolísticos que solo usaría una vez.
Era la final de los juegos interclases. 4A vs 4C. La regla: todos los niños del salón debían jugar al menos una vez. Como era el último partido, había llegado el debut de nuestro personaje. Tras unos minutos de mucha confusión, Juan puso su rodilla en un lugar infortunado y causó un autogol que le costó el campeonato a su equipo. Ese día la suerte de principiante lo abandonó y dejó caer sobre él la primera lluvia de insultos de su vida. Y así, además del nuevo raro que intentaba ser aceptado por los hombres de su contexto, Juan se convirtió en el niño odiado del salón.
En el Quindío somos hombres fuertes, viriles e imponentes. Con una corporalidad masculina de gallardía y poder (…) ¡Pero qué orgullo es ser un hombre quindiano! (Marín, 2020)
En el contexto sociocultural en el que creció hay una barrera tácita en las relaciones amistosas entre hombres heterosexuales, que muy seguramente está conectada con la región del eje cafetero, y más específicamente el Quindío. Su himno habla de pioneros y arrieros. Arrieros fuertes, de manos trabajadoras y mirada fría, de mula hijueputa, buen aguardiente y una mujer en cada posada. Arrieros machos que nos transmitieron su masculinidad generación tras generación.
Al parecer, la masculinidad es una maldición de la que debemos sentirnos orgullosos, un uniforme carcelario que desfilamos, una condena a la cadena perpetua de los dogmas y la insensibilidad ¿Qué me hace hombre más allá de mis condiciones biológicas? ¿Realmente tengo que definirme bajo este concepto que me causa tanta inconformidad? Me cuesta mucho definir lo masculino sin pensar en un sinnúmero de aspectos negativos. El hecho de ser hombre me remite principalmente a los horrores que han sido perpetrados por varones durante siglos. Cargamos con una deuda histórica que no debemos ignorar.
En la cabeza de cada hombre hay un amo, una voz inconsciente que envía instrucciones a través de un interfono. Ese amo es el jefe del departamento que cada uno tiene asignado en el Ministerio de la Masculinidad. Ese ministerio quiere mantener las reglas. (Perry, 2018, p. 21)
Cuando Juan cursaba su bachillerato, comenzaron a correr rumores sobre su sexualidad entre los hombres de su salón de clases. Su aspecto físico, tierno y amanerado para el juicio de los demás varones, ponía en riesgo las reglas del Ministerio de la Masculinidad y, por ende, a ellos también. La mera idea de la homosexualidad de un compañero era suficiente para huir de él y así no contagiarse de su enfermedad. Los niños pueden ser muy crueles cuando se lo proponen.
Las conductas extremadamente heteronormativas impiden el libre desarrollo de la personalidad y la expresión de sentimientos. Como dice la canción de Aterciopelados, están dentro, muy dentro, como un implante, incrustadas en nuestro interior. Estamos tan acostumbrados a ellas, que creemos que es nuestra naturaleza vivir tan limitados emocionalmente. Y esa frustración del inconsciente masculino puede detonar descargas machistas violentas.
El problema del género es que prescribe cómo tenemos que ser, en vez de reconocer cómo somos realmente. Imagínense lo felices que seríamos, lo libres que seríamos siendo quienes somos en realidad, sin sufrir la carga de las expectativas de género. (Ngozi adichie, 2014, p. 10)
Más adelante, Juan salió de ese círculo cerrado y comenzó a formarse profesionalmente como director de cine. Se sentía cómodo porque se encontraba entre personas diversas con interpretaciones más abiertas de la identidad. Estaba comenzando a sentir libertad para ser quién quisiera ser sin esa carga de las expectativas de género, pero aún así, las etiquetas no lo abandonaron.
-Vos sos un hombre blanco, heterosexual, cisgénero, hegemónico. No me agradás por eso. No me siento segure con vos.
Le decía una persona que no se define dentro de ninguna de estas etiquetas. Esas palabras le dolieron. Saber que alguien sentía inseguridad por su simple presencia, le carcomía. Juan nunca cuestionó las etiquetas hasta que se sintió discriminado por ellas, eso le hizo darse cuenta de su posición de privilegio y las luchas de las personas que siempre han estado al márgen de ella.
No obstante, esa presión que ejerce sobre sí por su privilegio, también le ha llevado al extremo de invalidarse. Últimamente se ha cuestionado si es sensato dedicarse al cine sabiendo que es el momento de quienes no han tenido una voz en el pasado; ha crecido en él un miedo a dar su opinión, pues no quiere caer en la apropiación; y también ha llegado a sentir que no tiene derecho a hablar sobre los temas que le mueven las fibras. Todo esto le ha demostrado cuánto daño le han hecho esas etiquetas.
Juan fue criado por mujeres y eso le hizo sensible a los conflictos femeninos. Le es imposible identificarse con ellos, pues nunca los ha experimentado en carne propia aunque los haya tenido cerca. Sin embargo, no necesita sentirse identificado para sensibilizarse ante el dolor de los demás.
La identificación es algo con lo que me siento muy incómoda en el cine. Siempre hay un exceso en ella. Las películas nos obligan a sufrir como el protagonista, nos obligan a ver a través de los ojos del protagonista, nos obligan a ser el protagonista (…) Creo que esta idea del protagonista, como algo con lo que nos identificamos y nos confundimos, es una de las grandes enfermedades de nuestro tiempo. En cada cosa que hacemos tenemos que sentirnos protagonistas.” (Rohrwacher, 2019, pp. 157-158)
Identificación. Identidad. Identitas. Idem. Lo mismo. Lo idéntico es lo parecido, pero la identidad implica una disimilitud. Para identificarse es necesario asemejarse y diferenciarse. La identidad es difusa y compleja. Está en constante cambio. En constante deconstrucción. Juan se niega a definirse dentro de cualquier etiqueta y vive luchando internamente para deconstruir las que llevan mucho tiempo instauradas en él.
Será un despropósito mirar tanto al interior.
Avivar el desastre, lanzar leña a la hoguera.
Será necesario seguir el alma en guerra
para calmar las pulsiones del yo.
Será una locura vivir en cuestión
y retar al absurdo paso por esta tierra.
De ser paja que el viento se lleva,
prefiero la duda constante y todo su dolor.
Figura 3. González, Juan José. (2022). Macho [Fotograma]. Armenia, Colombia
Notas
Una vida llena de etiquetas ha desencadenado en un constante cuestionamiento sobre los dogmas de la identidad y una gran inconformidad con las imposiciones de género que se viven consciente e inconscientemente en los procesos de socialización. Por ende, surge la necesidad de mirar hacia adentro y dejarse fluir como individuo, intentar alejarse de la maldición cultural de la masculinidad ¿Qué nos hace hombres más allá de condiciones biológicas y siglos de violencias? Este proyecto es una exploración desde el cine en un desesperado intento de romper las etiquetas y encontrar salidas para la deconstrucción y el desarrollo de nuevas masculinidades. A partir de la estructura dramática de El viaje de la heroína, se plantea la creación de un guion cinematográfico que fluctúa entre el contenido y la forma, tomando provecho de expresiones como el videoarte y el performance para narrar los conflictos internos de las búsquedas de identidades fluidas.
Referencias
Marín Castaño, S. (2020). Sin título [performance]. Recuperado de: https://www.instagram.com/p/CLFRxG0FTn5/?utm_source=ig_web_copy_link&igsh=MzRlODBiNWFlZA==
Ngozi-Adichie, C. (2014). Todos deberíamos ser feministas. Literatura ramdom hause.
Perry, G. (2016). La caída del hombre. Malpaso Ediciones.
Rohrwacher, A. y Atehortúa, J. (2020). Los cines por venir. Editorial Crítica.
Cómo citar
Narváez, J-J. (2022). Etiquetas en deconstrucción. Portal Error 19-13. Revista de arte contemporáneo 4 (7). Disponible en: https://portal-error-1913.com/2024/04/08/etiquetas-en-deconstruccion/
Fecha de recibido: 7 de diciembre de 2022 | Fecha de publicación: 8 de abril de 2024
Portal Error 19-13. Revista de arte contemporáneo.
ISSN: 2711-144















