SEMINARIO TRAVEL: UNA PSICOGEOGRAFÍA BARRIAL

Travel seminar: a neighborhood psychogeography

Por: Diego Pabón Gómez

Estudiante Maestría en Artes | Universidad de Caldas |diego.251717338@ucaldas.edu.co>

 

Figura 1. Graso (2022), Archivo de Google maps apropiado e intervenido digitalmente.

“Vengo del barrio de los grillos”.

Skiller One

“No buscamos trastocar el mundo a través de los libros.

Aprendimos a cambiar el mundo caminando y vagando por la ciudad”.

Guy Debord

Pocas cosas de mi infancia son tan palpables como la sensación de pasar días enteros jugando con mis amigos del barrio. Yo siempre fui un niño temeroso, ellos eran intrépidos, resueltos y trepadores. Así pasaba esos días, manteniendo un grado de cautela ante cada juego y gallardía que nos inventábamos para rendirle culto a nuestro libertinaje de infantes. La cuadra que habitamos en aquellos días era polvorienta y expresaba un ambiente de necesidades que para mi eran desconocidas, pero para mis vecinos eran latentes y sentidas. Como mi mayor preocupación en esos tiempos se centraba en el juego, yo tasaba, inocentemente, diferencias materiales con respecto a los juguetes que podía obtener y que mis amigos no. Lejos de eso había un territorio unificador en el que todos nos entendíamos y sabíamos iguales, a saber, la cancha de nuestro barrio. Para mi infortunio, desde chico comprendí que la velocidad con la que rueda el balón no era para mí; simplemente, no tenía aquella habilidad para parar la bola, llevarla unos metros y pasarla con la más mínima maestría. Dicho desdén con respecto al microfútbol me llevaba a recorrer y divagar más allá de los límites de la cancha; y, quizá, fue en una de esas distancias que me encontré haciendo garabatos en el terruño de mi barrio.

Cuenta Vasari que Giotto, el gran pintor del renacimiento, dibujaba ovejas en las rocas mientras cuidaba a las cabras y que gracias a eso su maestro Cimabue se había fijado en él. De la misma manera, pienso, que de niño encontré un lugar seguro en los trazos toscos. Mientras mis amigos se volvían más diestros jugando al balompié yo pasaba el tiempo rellenando las últimas hojas de los cuadernos de la escuela con dibujos influenciados por las caricaturas que miraba en Jetix. Estoy seguro que mi camino no es el de un pintor como Giotto, no soy tan bueno dibujando, jamás la erudición ha sido de mi interés. Además el dibujo en mi vida llegó como una vía de escape de la realidad y nunca ha tenido mayores pretensiones. Por otra parte, cuando miro retrospectivamente, mis trazos siempre aparece el diablo del poema de Kipling para susurrarme al oído: “Está bonito, ¿pero es eso Arte?”.

Figura 2. Graso. (2022). Secuencia de archivo familiar intervenido digitalmente.

Rodaba el 2012 y el grupo de amigos de mi barrio, aún seguía vigente, nuevas caras se habían incorporado. El juego y el libertinaje, curiosamente, aún eran parte importante de nuestro modo de ser, vivíamos para ello. Por cosas del destino conocíamos de la mano de nuestro amigo ‘‘Pucho’’ la cultura hip hop, la cual marcaría el paradigma para leer nuestro contexto; descubriendo así, un lugar de enunciación que nos era propio, a saber, el del gueto criollo colombiano. Nuestros padres y vecinos no miraban con buenos ojos la cultura que habíamos abrazado, tan desconocida para ellos. En parte tenían razón, pero se equivocaban, dado que el rap no era ningún problema; sino que la rebeldía, característica común de esa edad, se había mezclado con el temprano consumo de drogas y ese es un tema de alerta, sin duda. Mas, nosotros, creo, habíamos sido tocados por una verdad profunda. Románticamente entendimos una premisa de la música rap ‘‘el hip hop puede cambiar vidas’’ y así, cándidamente, comezamos a creer que también cambiaría la nuestra.

Figura 3. Graso. (2022). Archivo de Google maps apropiado e intervenido digitalmente.

La gran mayoría recordará el 2012 como el año en el que se pronosticaba el fin del mundo, esto dado a que se creía que el fin del antiguo calendario mesoamericano marcaba el fin total de nuestra existencia. La fecha señalada era el 31 de diciembre. El aire de esos días era patéticamente abrumador, puesto que, creo, siempre quedaba la remota posibilidad de que dicha creencia escatológica fuese cierta. así que, el día anterior, sin tener ningún conocimiento previo, más que el que relataban las canciones de rap, tomamos la iniciativa de marcar, de dejar una huella, un vestigio de nuestro paso por este mundo, representada en un graffiti, ubicado en las paredes ya desgastadas y padecidas de nuestro lugar común: la cancha del barrio.

Para nuestra ‘‘sorpresa’’ el fin del mundo nunca llegó, pero sí la lluvia de críticas a raíz del graffiti que habíamos pintado. Ya el diablo de Kipling se había materializado en las palabras de nuestros vecinos, y escucharía, por primera vez, la frase azarosa de que ‘‘la pared y la muralla son el papel del canalla’’. De esta manera, ese gesto de pubertos había sembrado un precedente en el barrio dado que, a partir de eso, la cancha, tantas veces olvidada, volvió a ser tomada en cuenta, volvió a tomar vida, volvía a ser un lugar de encuentro, un lugar para el habitar. Tiempo después un político aventajado que se lanzaba a la alcaldía decidió poner atención a esos lugares que no le importaban más que para hacer campaña electoral y desconociendo la manera en que nosotros habíamos resignificado de manera inaugural nuestra cancha con graffitis (porque después vinieron muchos) decidió pintarlo de manera estandarizada y borrar todo lo que habíamos construido.

De las subidas y bajadas, del virar a la izquierda o a la derecha, o el de perdernos en un lugar diminuto, generamos un sentimiento entrañable a esas calles, a esas paredes grises con ladrillos mal pegados, o a ese horizonte verde que en nuestra mente de niños mirábamos lejano; pero que no era así, ya que a medida que crecíamos el barrio ya no era tanto una limitación geográfica. Cruzábamos la esquina y empezábamos a no estar determinados por límites. Así, entendíamos que el barrio no es sólo un espacio, sino lo que nosotros hicimos con él, el pensamiento que nació de él, los afectos que nacieron de él, los grafiteros, raperos, futbolistas, skaters y maestros que nacieron de él. En suma, el barrio es lo que construimos, y sobre todo, las relaciones que tejimos en el camino.

En ese espacio de casas de interés social la vida misma parecía estar contenida, lo malo estuvo a la orden del día; pero lo bueno, sin pensarlo, se nos presentó como una oportunidad para soñar y continuar siendo libres. Pintar esa primera pared de la cancha, era haber pintado todas las paredes del mundo, esperando intranquilamente los regaños y el castigo de la JAC. Pero ¿Hasta qué punto un joven necesita de una pizca de desviación? el espacio de ocio y libertinaje, una vez encontrado, fue necesario abrazarlo sin más, no teníamos mucho que perder más que el tiempo, más que unas témperas, y ese acto marcó la distancia que luego nos llevaría a movernos y pensarnos bajo lógicas distintas a las impuestas por la sociedad de consumo. Ahora, quizá, con la misma paranoia del 2012, seguimos marcando territorios, buscamos aun dejar huella en este presente en llamas. Entiéndanlo así: nuestros gestos rayan netamente lo simbólico no lo mercantil.

Por otra parte, el acto de acallamiento del político nunca será gratuito, pues se refiere a un pensamiento heredado que mira los barrios como estructuras modernas en las cuales el conjunto de bloques poligonales representa el hábitat específico del obrero. Concebido como un espacio que cumple con características claras de homogeneización, fragmentación y jerarquización. En esos espacios segmentados y predispuestos lo que se intenta dejar atrás son las prácticas endógenas de las comunidades y todo intento de echar raíces fuertes a los territorios, en aras del proyecto modernizador. Por ello, los urbanistas, planificadores y gobiernos de turno prefieren crear una ciudad para mostrar por medio de la pintura; resulta paradójico, pues esta clase de pintas con altos presupuestos no están pensadas en las personas de los barrios donde se intervendrá, de hecho se anula su rastro en pro de una estetización de la ciudad. En últimas, cuando el político se apropia de la imagen de las zonas periféricas y olvidadas lo hace pensando en propiciar ciudades para los turistas, no para los ciudadanos. Con lo cual, como bien muestra Micky Vainilla ‘‘se busca hacer más digerible la pobreza’’.

Los años que siguieron transcurrieron de manera intransigente. Se había mezclado a nuestros días un olor a asfalto de los kilómetros que pasábamos patinando; al igual que un olor a plomo de pintura, producto de los vinilos y aerosoles que ahora tintineaban con nuestro andar. Para ese tiempo, y contra todos los consejos, nuestra vida e identidades se habían desarrollado en las aceras de nuestra ciudad rodeados de aventuras suburbanas y vicios callejeros. Por otra parte, nadie habría podido ni siquiera imaginar los sucesos del 2020 a raíz de la pandemia. El confinamiento nos había regalado escenas que rayaban lo apocalíptico. En lo poco que podíamos salir se miraban calles y espacios totalmente desolados. Pasados unos meses la inquietud por volver a habitar los lugares y propiciar el encuentro entre amigos o compañeros hacía parte de nuestras necesidades inmediatas. Tras distintas exploraciones por encontrar algún paraje en el cual no nos ganáramos un comparendo policial, unos amigos se habían fijado en una extensa casa-parador, derruida por el tiempo y la mala administración, situada, justamente, un poco más arriba de la icónica Iglesia de las Lajas. Conmocionados por sus vastas paredes descuidadas, la comunidad de graffiteros y artistas locales empezamos con sospecha, temor y frío en la nuca (algo común en el graffiti) a intervenir en ese lugar. Reflexionando tiempo después le escribía a mi amigo Zula Nova:

‘‘Ese fue un espacio de resistencia por medio del arte. No quiero caer en un lugar común, pero pensemos el ámbito en el cual se desarrolló, que no es otro que el contexto colombiano; siendo este, particularmente, un escenario marcado por la guerra, lo cual es problemático, ya que directa o indirectamente, nuestras miradas e imaginarios están marcados por esa situación. Recuerdo que, cuando empezó el proyecto había sucedido la masacre en Samaniego, que queda a 2 horas de Ipiales, eso me tenía bastante consternado -yo creo que todos de alguna manera pensábamos en eso- a esos jóvenes les arrebataron la vida, sus sueños y nosotros estábamos ahí, intentando armar nuestra ‘‘trinchera artística’’, buscando un espacio en el cual las personas pudieran descansar de esa cruda realidad. También buscábamos, de cierta manera, reconstruirnos del dolor, dejar huella por si alguna vez corríamos con la misma suerte. Así pues, espacios como estos son, antes que nada, reivindicativos dado que se gesta una voz (que sé, por todo lo que sucedió con el proyecto mismo de la casa) que hace eco en las personas’’.

Figura 4. Graso (2022). Archivo de internet apropiado e intervenido digitalmente.

Lo cierto es que pasado un tiempo el temblor inicial había sido diluido entre los tantos octavos, cuartos, medios, galones y cuñetes de vinilo que poco a poco fueron llegando a ese lugar , y sobre todo, y más importante, no llegaron solos, pues se había corrido el rumor entre los jóvenes de lo que estaba ocurriendo y la invitación era ya abierta para todos: ‘‘caiga y párchese’’ ‘‘habite y construya’’ y lo que parecía nuestro lugar privilegiado de escape y pintura paso a ser un lugar de encuentro colectivo para la ciudad. Así, la ruta del bus a Saguaran pasó de tener 2 o 3 feligreses a estar llena de parches de jóvenes que se dirigían a la casa. Sin saberlo, empezábamos a configurar, con la presencia de todos, la identidad de ‘‘La Casa de los Trazos’’ como sería bautizada. Y así, sin precedentes, los jóvenes de Ipiales en una ciudad con muy pocas posibilidades y una nula oferta cultural, gestionamos fuera del estado, las instituciones y la academia varias actividades como talleres de pintura, música, literatura, arquitectura, exposiciones, espacios para deportes extremos, un festival binacional de rap y le dimos un sentido pertenecía a ese lugar; habitando así, por ese tiempo, lo que otrora fue inhabitable.

Las formas de actuar de las instituciones y lo ‘‘jurídicamente legal’’ siempre serán perversas. La Casa de los Trazos fue un lugar anodino y abandonado por mucho tiempo, y dado el gran rumor que significó el proyecto que gestaron los jóvenes ipialeños, una empresa mixta habría de reclamar el espacio como suyo, y, sin mayor mediación, cual perro del Hortelano, que ni come ni deja comer, cercaron con alambre de púas todas sus entradas, censuraron los graffitis y murales que se habían pintado, y volvieron prohibida nuestra presencia en ese lugar. Haciendo que, el habitar se vuelva, una vez más, peligroso y subversivo.

Figura 5. Graso (2022). Archivo de internet apropiado e intervenido digitalmente.

En otros tiempos, quizá más contradictorios, el filósofo francés Henri Lefebvre, comenzaba a reflexionar bajo una teoría marxista sobre esa unidad primigenia que es el espacio. Situado en mayo del 68, y siendo testigo de la avasalladora transición urbana que atravesaba su país, Lefebvre llamaba a escribir las historias de los espacios locales que muy poco interesan por su carácter prosaico. Hoy quizá cumplimos desde nuestro barrio, desde nuestra ‘‘trinchera artística’’, con ese llamado. Vagando, una vez más, por las calles para darle forma a esa cotidianidad de gamines pintores que se comprometen con la producción social de su espacio.

Ahora bien, según Lefebvre el momento en el que vivimos se encuentra marcado por una dialéctica del urbanismo. En donde las ciudades se comienzan a construir en base a una lógica de dominación. Dicha lógica es propiciada por el estado, y protege los intereses del capitalismo, en tanto el espacio es concebido como una herramienta mercantil y tecnocrática que ha sido separada de todo contenido social, y que por ello puede ser convertida sin mayor dilación en producto intercambiable y vendible. Sin embargo, cuando este deja de tener un valor de cambio, el producto no se abastece por sí solo, y los espacios y construcciones salen de la especulación del mercado, pasando a convertirse en lugares anodinos sin más mediaciones. Es así, como se entiende el espacio no solamente como mercancía, sino también como espacio instrumental. Como por ejemplo, el inmueble de la Casa de los Trazos que abrigaba, según su derruido aviso, un parador turístico; este seguramente fue una idea de negocio que no había florecido. Perdido el carácter de producto intercambiable, y al no tener más posibilidades, había pasado a ser un lugar abandonado.

Por otra parte, existe una lógica de la apropiación social del espacio, que según Emilio Martínez, en su introducción a Lefebvre, es ‘‘regida por una racionalidad urbana embrionaria que pugna por recuperar el sentido pleno de la obra’’ ( Lefebvre, 2013, introducción p.42) dicha racionalidad es fruto de la interpretación de la ciudad que está lejos de las directrices y obligaciones; y, que más bien se asimila a la forma en que de niños recorremos el barrio, no de abajo a arriba o de izquierda a derecha, sino buscando nuevas intersecciones y yuxtaposiciones libres que propicien estados como los del juego o el regocijo. En este sentido, como ya he señalado, el barrio se nos había expandido; la misma edad nos permitía seguir nuestra deriva por calles que no conocíamos, y esto iba en expansión. Así, nuestros recorridos habían sido más intensos cuando conocimos el skate, ya que nos mostraba los espacios bajo un aprovechamiento distinto, a saber, spots superables con ollies, grinds y flips. Lo anterior, pone en evidencia que la disputa se presenta entre la mirada de un espacio funcional contra un espacio que desborda aspiraciones. Aspiraciones de los anhelos, en todo caso, como los muchos que teníamos de niños; de lo lúdico, o del regocijo ante un mundo totalmente serio y disciplinado; y, de lo simbólico, como los códigos y relaciones sociales que creamos a través de nuestro viaje.

Notas

Este proyecto de investigación-creación busca abordar la práctica del graffiti en relación a su potencial expresivo y social. De esta manera se espera articular una reflexión que permita comprender y mostrar el carácter inaugural que tiene un graffiti una vez se ha instalado y, posteriormente, ha interrumpido en el espacio visual. De este modo, las fijaciones sobre las que se detendrá el proyecto serán, por un lado, el soporte del mensaje y no el contenido de este, ni tampoco características de tipo formal; entendido lo anterior en el sentido de que el análisis de la investigación girará alrededor del espacio, el contexto y el proceso del graffiti categorizadas como facultades dinámicas que permiten el ejercicio hermenéutico por parte del espectador. Y , por el otro lado, la investigación indaga sobre los sujetos creadores y co-creadores de la práctica del graffiti en tanto, su mayoría, provienen de una tradición obrera, que hoy en día han asumido un rol central en cómo las ciudades son físicamente intervenidas e imaginadas, dejando atrás su carácter de homo faber, netamente funcional, para abrirse paso a la deliberación política dentro de la esfera pública.

Referencias

Lefebvre, H. (Introducción de Martínez, E.). (2013). La producción del espacio. Capitán Swing Libros, S.L.

Cómo citar:

Pabón, D. (2022). Seminario travel: una psicogeografía barrial. Portal Error 19-13. Revista de arte contemporáneo 4 (7). Disponible en: https://portal-error-1913.com/2024/03/31/psicogeografia-barrial/

Fecha de recibido: 7 de diciembre de 2022 | Fecha de publicación: 31 de marzo de 2024

Portal Error 19-13. Revista de arte contemporáneo.

ISSN: 2711-144

One Comment

  1. Avatar de Desconocido

    Me encantó el texto, logrado desde la experiencia desde una infancia hasta está reflexión seria acerca de la importancia del territorio. Sugiero qué términos en inglés y juveniles sean significados para comprensión de lectores adultos. Felicitaciones

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