LO ANORMAL, LO OTRO, LO MONSTRUOSO

The abnormal, the other, the monstruous*

Texto: Diego Fernando Parra Serna

Profesor de Filosofía | Universidad Tecnológica de Pereira | dfparra@utp.edu.co

Imágenes: Jhon James Marin**

Artista Plástico | Universidad de Caldas | jhonjamesmarin7@gmail.com

Figura 1. Happy birthday (James Marin, 2020). Imagen cortesía del artista

*Este ensayo fue escrito para el primer número de la revista La expuesta de la Universidad de Quindío, se trataba de una edición dedicada a lo feo y lo siniestro que no llegó a ser publicada

**James Marín realiza una contribución a la presente publicación con distintas imágenes de su propuesta artística. A lo largo del texto encontrarán apropiaciones de fotografías e ilustraciones que hacen referencia a la infancia, el artista mira con extrañeza, quebranta y rarificando, las costumbres que funcionan como ritos de transición y formas de inscripción en la sociedad (normalidad). Los cumpleaños infantiles, las fiestas de quince y la llegada a la escuela, se presentan a través de una estética de lo horroroso, problematizando el miedo irracional a lo distinto.

El objeto del presente trabajo es reflexionar sobre la estética de lo monstruoso, teniendo como punto de partida algunos textos del autor Michel Foucault, en especial las conferencias sobre Los anormales, donde rastrea lo monstruoso desde documentos judiciales y clínicos, hasta dar cuenta del paso de lo monstruoso a lo anormal. El autor Michel Foucault nos permite otras interpretaciones, no frecuentes dentro de la cultura occidental, esta reflexión no pretende hacer un recuento histórico-lineal y se apoya en otros textos, como Orden y caos, un estudio cultural sobre lo monstruoso en las artes de José Miguel G. Cortes.

Pensar en lo otro nos permite una visión directa de lo monstruoso en sí mismo, como nos cohabita, presentándonos temor y placer; como puede ser real dentro de los parámetros “civilizados” y a su vez como contribuye a la creación artística, al desborde de la imaginación. Los seres “feos”, monstruosos, excluidos; encarnan una complejidad, una pugna con lo establecido como “hermoso”, ¿Qué es lo bello, la proporción o lo bueno? Si se quiere desechar de plano, otras posibilidades, tal vez también sea nuestro inmanente antropocentrismo y egocentrismo humano que descarta su presencia.

El territorio de lo impensable se pone de manifiesto en el prefacio de Las palabras y las cosas (1990) de Michael Foucault, cuando trae como ejemplo un texto literario de Jorge Luís Borges titulado El idioma analítico de John Wilkins. Este texto menciona una serie de clasificaciones paradójicas, una mezcla en apariencia arbitraria o indiferenciada, de tipos, de clases; alude a una clasificación china de animales fabulosos y reales, puede ser incomprensible o risible a la luz occidental, donde la razón delimita, ordena, evita el caos y decide prescindir de lo otro, lo excluido. Esto también es pensable, como es pensable una estética de lo amorfo, de lo asimétrico, de lo monstruoso.

El monstruo va contra el orden normal de la naturaleza, supone exceso, extraordi- nariedad, fealdad, maldad, en este sentido de perversión va en contra de lo insti- tuido, de las normas, de las leyes; es execrable, anormal como lo dice José Miguel G. Cortes en su obra Orden y Caos:

En este sentido, las criaturas monstruosas vendrían a ser manifestacio- nes de todo aquello que está reprimido por los esquemas de la cultura dominante. Serían la huellas de lo no dicho y no mostrado de la cultura, todo aquello que ha sido silenciado, hecho invisible. Lo monstruoso hace que salga a luz lo que se quiere ocultar o negar. Además problematiza las categorías culturales, en tanto que muestra lo que la sociedad reprime. Todo ello tiene un contundente carácter subversivo al revolver o invertir las categorías conceptuales, o subvertir los represivos esquemas cultu- rales de la categorización. (Cortés, 1997, p. 74)

Para la institución es preciso establecer lo métodos, correcciones y adecuadas nomenclaturas que permitan que nada se “salga de las manos”. Lo monstruoso está ligado a desorden, a locura y es preciso su identificación. En el texto Los anormales (Curso en el Collége de France, 1974 -1975) Foucault nos menciona “Digamos que el monstruo es lo que combina lo imposible y lo prohibido” (2000, p. 61). Pero existe lo monstruoso, el humano también lo encarna, en él habitan las más insospechadas variables e impredecibles conductas, enclaustradas y dispuestas a salir de súbito o por moderadas cuotas:

(…) el monstruo es en cierto modo, la forma espontánea, la forma brutal, pero por consiguiente la forma natural de la contranaturaleza. Es el modelo en aumento, la forma desplegada por lo juegos de la naturaleza misma en todas las pequeñas irregularidades posibles. Y en ese sentido, podemos decir que el monstruo es el gran modelo de todas las pequeñas diferencias. Es el principio de inteligibilidad de todas las formas -que circulan como dinero suelto- de la anomalía. (2000:62)

El monstruo tomado como modelo de diversas desviaciones, anomalías, es principio de inteligibilidad, pero esto es paradójico porque en su propia confirmación es ininteligible:

(…) y no obstante ese principio inteligibilidad es un principio verdaderamente tautológico, porque la propiedad del monstruo consiste precisamente en afirmarse como tal, explicar en sí mismo todas las desviaciones que puedan derivar de él, pero ser en sí mismo ininteligible, por consiguiente, lo que vamos a encontrar en el fondo de los análisis de la anomalía es la inteligibilidad tautológica, el principio de explicación que remite más que así mismo. (2000 p. 62)

El monstruo es mezcla de dos reinos. El reino humano y el reino animal, esta noción corresponde o es usual entre la Edad Media y el siglo XVIII, también es mixtura de dos especies, de dos individuos, de dos sexos, es mixtura de vida y muerte, es mixtura de formas. Estas indeseables combinaciones hacen lo propio de su trasgresión, lo sitúan más allá, ponen en entredicho los límites naturales, las clasificaciones, la ley, constituye una infracción a ella.

Figura 2. Dulces quince insectos (James Marin, 2018). Imagen cortesía del artista

Dice Foucault que: “La monstruosidad es una irregularidad tan extrema que; cuando aparece, pone en cuestión el derecho que no logra funcionar” (2000, p. 69). La monstruosidad fuera de alarmar, también dificulta las leyes humanas o divinas, remite a un desorden, a una confusión de toda ley natural, canónica o civil. En el texto Los anormales se precisa que en la Edad Media la monstruosidad era frecuentemente considerada como el cruce de dos reinos, que era a la vez hombre y bestia, un ser bestial. También anota que en el Renacimiento se nutre a la literatura en general, como a los libros de derecho, los de medicina y religiosos, particularmente de los siameses. En la Edad Clásica la particularidad va dirigida al hermafroditismo (2000, pp. 72-73).

Foucault en este texto evidencia el paso del monstruo al anormal. Como ese ser en un principio cargado o emparentado con lo mítico, va a dar cuenta de comportamientos censurables, comportamientos evidentes de aberración sexual, comportamientos inusitados y extravagantes, asesinato, crimen y locura. Allí hace su necesaria intervención la psiquiatría, la psicología criminal, la aparición de técnicas o tecnologías (como la psicotécnica, el psicoanálisis o la neuropatología) se hacen necesarias por la aparición o evidenciación de las “rarezas” o los comportamientos humanos: el monstruo humano, está entre los normales, es necesario que apenas dé su aparición, su salto, sus instintos, sea denominado, ajustado dentro de los diferentes dispositivos, correctivos, estudios y leyes que lo identifiquen como anormal (2000, pp. 107-108).

Figura 2. La horrible escuela (James Marin, 2019). Imagen cortesía del artista

Hablar de lo “otro”, es abordar lo que muchas veces no se quiere confrontar, algunas razones pueden ser lo aparentemente fútil, innecesario, de lo que se ha mantenido “ahí”, sabemos que ha existido, existe, pero se quiere conjurar lo “peor”, lo inhumano, lo excluido es mejor no desentrañarlo, a pesar de tener una certeza de que ciertos términos como perversión, locura, instinto, muerte, sexo, violencia, entre otros, están “inmiscuidos”, nos “rozan”. Por fortuna somos “civilizados” tanto progreso científico, tecnológico, político y económico nos deshacen de cohabitar con lo anteriormente mencionado, aun más cuando estas palabras vinculan un sentido negativo pueden ser asociadas con dos puntos: mal-maldad, tendremos como resultado un efecto evasivo, es preferible ante todo reconocer en otros lo que no se quiere ser, (aunque también esté vinculado, lo que se quiere ser). Es menos comprometedor señalar, es más cómodo, calificar lo exterior de “lo otro”. De nuevo G. Cortes permite develar estas paradojas:

La moral y el bien social no pueden pactar con los seres monstruosos porque representan lo otro, lo diferente, aceptar la diferencia podría obligar a modificar la universalidad de la ley moral y el concepto de orden podría llegar a verse seriamente amenazado. Por el contrario, se trata de subrayar y acentuar las diferencias (formas desmesuradas o ridículas como ausencia de funciones básicas, insaciabilidad de los deseos); nada puede encubrir las peculiaridades malditas de unos seres proscritos. Se- res que la sociedad necesita y llega a fabricar, para mostrar la justeza del orden sobre el que se asienta. (…) al observar un ser monstruoso , se nos revela una parte de nosotros mismos que desconocemos, se despierta en nuestro interior la ocasión de expresar, de proyectar (sin demasiados riesgos) los deseos y los temores (aceptados y/o rechazados) que forman lo más profundo de nuestra existencia. (1997:19-26)

La humanidad no ha cesado de relacionarse con monstruos, a pesar de existir tantos intentos de domesticar, asimilar a lo decorativo o relegar al mundo de lo fantástico las formas monstruosas. Ellas ponen en entre dicho las nociones de belleza y proporción, cuestionan al ser humano como un ser superior y abren espacios abismales sobre la animalidad de las personas. Los parámetros culturalmente establecidos, los cánones de lo bello suponen armonía, deleite, simetría. Conducen a lo bueno, por oposición lo monstruoso es contrariedad, entraña lo no identificable, es discordante, nos trasmite lo maligno y lo misterioso, el miedo.

El miedo intranquiliza, manifiesta inestabilidad y fragilidad, a la par devela los temores que nos cuestionan, nos ponen en contrariedad, podríamos decir nos da temor de sí mismos, de la otredad que también nos habita. En el texto de Calábrese se observa: “nada se asemeja tanto a la mediocridad como la perfección” (Calábrese, 1987, p. 107). Ahora lo monstruoso se ha concebido como aleccionador, adoctrinante, en este sentido revela que por la fuerza, por el poder instintivo no son las vías adecuadas. Lo monstruoso es utilizado –para la belleza es necesaria también la monstruosidad-, Umberto Eco en Historia de la belleza, menciona de la Summa Halesiana del siglo XIII lo siguiente:

El mal en cuanto tal es deforme… no obstante, puesto que del mal se desarrolla el bien, es llamado bien por lo que aporta al bien y así es llamado bello en el orden. Por tanto, no es llamado bello de forma absoluta sino bello en el orden; incluso sería preferible decir: <<el propio orden es bello>>. (…) En la summa atribuida a Alejandro de Hales, el universo creado es un todo que debe apreciarse en su conjunto, donde las sombras con- tribuyen a que las luces resplandezcan mejor, incluso lo que puede ser considerado feo en sí resulta bello en el cuadro del orden general. Es el orden en su conjunto lo que es bello y, desde este punto de vista, queda redimida también la monstruosidad que contribuye al equilibrio de ese orden. Guillermo de Auvernia dirá que la variedad aumenta la belleza del universo y, por consiguiente, incluso las cosas que parecen desagradables son necesarias para el orden universal, incluidos los monstruos. (Eco, 2004: 148-149)

Lo deforme contribuye al orden, ayuda a una armonía universal. El contraste reestablece o persigue el conjunto inamovible que tiende necesariamente a la superación de lo contrario, el monstruo ejemplifica lo no debido, es sumido a lo fantástico, ornamental y maravilloso, no existe una posibilidad de lo otro sino “conforme a”, reducción de lo abominable al terreno del orden, del equilibrio. Estamos rodeados de tanta disparidad y somos tan indiferentes, o aplicamos una conversión que nos lleva a lo habitual. En algunos apartes de la introducción de la Estética de lo feo de Karl Rosenkranz, 1852 se evidencian los siguientes elementos apropiados en la presente reflexión:

El infierno no solo es ético y religioso, también es estético. Estamos in- mersos en el mal y en el pecado, pero también en la fealdad. El terror de lo informe y de la deformidad, de la vulgaridad y de la atrocidad lo tene- mos a nuestro alrededor representado en una gran cantidad de figuras, (…) Es a este infierno de lo bello a donde queremos descender ahora, y es imposible hacerlo sin introducirnos al mismo tiempo en el infierno del mal, en el infierno real porque lo feo más feo no es aquello que nos repugna por naturaleza (…) sino el egoísmo que manifiesta su locura en los gestos pérfidos y frívolos, en las arrugas de la pasión, en la mirada torva del ojo y en el crimen (…) El ámbito de lo bello convencional, de la moda, está lleno de fenómenos que, si se juzgan a partir de la idea de lo bello forzosamente se definen como feos, y sin embrago se reconocen temporalmente como bellos. No porque lo sean en sí y por sí, sino tan sólo porque el espíritu de una época halla precisamente en estas formas la expresión adecuada de su carácter específico y se acostumbra a ellas. (Eco, 2004:135)

Por supuesto hemos trasformado lo monstruoso, corresponde a los avances y cambios culturales, no existe una forma de lo monstruoso es informe, también camaleónico porque se adecua para poder incluir otras categorías antes no atribuidas a lo monstruoso, posiblemente hayamos perdido por mutación al monstruo. También se habrá perdido el asombro y poco nos conmueve. Lo monstruoso está tanto en la silla del lado, como en la calle, escondido entre tantas guaridas de una mole de cemento, en internet hay muchos sitios asequibles, en los noticieros, en las pantallas de los televisores, hemos llevado lo monstruoso al espacio que se abre entre lo habitual y lo virtual: “los nuevos monstruos lejos de adaptarse, a cualquier homologación de las categorías de valor, las suspende, las anulan, las neutralizan. Se presentan también como formas que no se bloquean en ningún punto exacto del esquema, no se estabilizan. Por tanto, son formas que no tienen propiamente una forma, sino que están, en busca de ella” (Calábrese, 1987, p. 109).

El arte ha sido un medio de expresar no solamente júbilo también ha expresado lo horroroso, inclusive artistas que han hecho de ello un lenguaje recurrente, en sus obras han conseguido una estética particular, no únicamente bajo forma o tema sino una identificación de su trabajo, podríamos mencionar las obras pictóricas de Goya, de Munch, la literatura de Edgar Allan Poe, creadores contemporáneos como Giger, en sus cuadros, la literatura de Anne Rice, el cine de Tim Burton, solo por mencionar algunos.

Ahora podríamos destacar algunos personajes que nos darán signos de exclusión, proscritos, el mito del ángel caído, el expulsado Lucifer, demandado tanto por los cristianos, la hechicería de las brujas, el juego de la creación con frankenstein, la liberación de los instintos primarios, con los hombres lobo, la inmortalidad, seducción y destierro de la luz de las vampiras y vampiros, la soledad del fantasma de la ópera, el resentimiento de Ricardo III de William Shakespeare, la indiferencia producida por Jean Baptiste Grenoville, personaje central de la novela El Perfume, estos seres y sus diferentes características denotan en sí mismos las irrupciones y las posibilidades éticas y estéticas en lo monstruoso, no hay contrariedad ni constituye una brecha, hace parte porqué pensar en dicotomías, o que lo uno explica lo otro en el sentido de ejemplificación y diferencia, si ello también nos entraña, como un siamés: “Uno que son dos y dos que son uno.” Para Cortés: “La representación de lo terrible monstruoso no necesita ni de complicados seres compuestos ni de animales fabulosos. Lo auténticamente monstruoso es descubrir la bestia en el ser humano y con ello, destruir toda seguridad en la identidad del hombre” (Cortés, 1997, p. 30). Nuestra identificación y fascinación por lo monstruoso es soterrada e inherente. Que se pongan en evidencias nuestras inclinaciones sea por el reconocimiento, por lo expresado en el arte es menos de lo que somos propiamente los humanos cuando nos proclamamos tan por encima de todo lo existente, alardeamos de nuestra superioridad, cuando ni siquiera aceptamos y preferimos encubrir, todo el magma que nos corroe las entrañas, dedicamos lo monstruoso a la fantasía. Edgar Allan Poe en sus Narraciones Extraordinarias, anota: “La verdad es ciertamente más extraña que la ficción” y “ no hay belleza exquisita sin alguna anomalía en la proporción” (Poe, 1974, pp. 48-223).

Figura 4. Niños elefantes (James Marin, 2020). Imagen cortesía del artista

Lo bello puede ser tan abyecto como lo monstruoso sublime. Impensable seria considerar a un ser humano sin vacíos, sin angustia, lo extraño es que todo marche sin riesgos, sin nuestros insondables abismos, la incertidumbre ante la existencia, el miedo de la finitud.

De esa pugna continua entre los deseos inconscientes y la represión impuesta (por el entorno social) y asumida como algo natural se origina el ser monstruoso que, a la vez, fascina y repugna; atrae y horroriza. Lo siniestro procedería de una combinación de las represiones individuales y grupales (…) El monstruo está basado en un sentimiento inmanente de terror ante la profundidad misteriosa de la existencia, refleja la fascinación que lo siniestro ejerce sobre el ser humano. (Cortés, 1997:29-37)

Terminemos esta reflexión sobre lo monstruoso con el autor que socava y hurgue sobre lo impensable y excluido Foucault: “todo lo que hoy sentimos sobre el modo de límite o de la extrañeza o de lo insoportable, se habrá reunido con la serenidad de lo positivo. Y aquello que para nosotros hoy designa al exterior un día acaso llegue a designarnos a nosotros (…) pero… que permanecerá una cosa, que es la relación del hombre con su fantasmas, con su imposible, con su dolor sin cuerpo, con las cáscara de su noche” (Foucault, 2000b, pp. 328-329).

En estos tiempos de simulacro, de distorsión, de confortabilidad de pensamiento, donde la imaginación y la fantasía están relegadas, son anticuadas formas destinadas a la extinción, todos nuestros monstruos son doblemente excluidos, desterrados; no hay lugar para tan pálidos fantasmas, porque nos hemos encargado de sustituirlos por nuestros propios despojos reales, pero a su vez, lo encantador de ellos es que están dispuestos a saltar de súbito ante cualquier llamado, porque seguiremos soñando y teniendo pesadillas. Dice un vampiro protagonista de la obra de Anne Rice: “vagar eternamente por el territorio de las pesadillas tiene su oscuro esplendor” (Rice, 2004, p, 255)…

Referencias

Calábrese, O. (1987). La era neobarroca. Madrid: Cátedra.

Eco, Umberto. (2004). Historia de la belleza. Barcelona: Random House Mondadori, S.A.

Foucault, Michel. (1990). Las palabras y las cosas. Madrid: Siglo XXI.

_______. (2000). Los anormales. Curso en el collége de France. 1974 -1975. México: Fondo de Cultura Económico. 2000.

_______. (2000 b). Historia de la locura en la época clásica. México: F. C. E.

Cortés, J-M. (1997). Orden y caos. Barcelona: Anagrama.

Poe, E-A. (1974). Historias extraordinarias. Barcelona: Editorial Brugueray. Rice, Anne. (2004). Lestat. Colombia: biblyos.

Como citar:
Parra, D. (2020). Lo anormal, Lo otro, lo monstruoso. James Marín (Imágenes). Portal Error 19-13. Revista de arte contemporáneo. 1 (3).  Disponible en:  https://portalerror1913.com/2020/10/28/lo-anormal-lo-otro-lo-monstruoso/

Fecha de recibido: 10 de Febrero de 2020 | Fecha de publicación: 30 de octubre de 2020

Portal Error 19-13. Revista de arte contemporáneo.

ISSN: 2711-144X

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