Green Belt: Food Sovereignties. About the third curatorial axis of Reparaciones Circulares
Por: María Victoria Guzmán
Master of Arts | King’s College de Londres
colectivainternacionalista@gmail.com

Hoy es un lugar común repetir que, con la llegada del Covid-19, el famoso “cubo blanco” se trasladó a la esfera de lo digital. En los últimos meses, este dispositivo –que suele ser descrito como un espacio aislado de su contexto, silencioso, minimalista, despolitizado y formalista– fue “traducido” una y otra vez al lenguaje de lo virtual. Lamentablemente, la gran mayoría de las veces esta mudanza fue realizada sin un análisis mayor sobre los medios, posibilidades y contenidos de cada espacio; este movimiento irreflexivo hizo demasiado común el encontrar exposiciones digitales suaves, fáciles, lisas y brillantes, como una escultura de Jeff Koons, ofreciendo experiencias en las que nos deslizamos de obra en obra sin mayor esfuerzo.
Sin embargo, en la arquitectura del sitio web de Reparaciones Circulares nos encontramos con un ejercicio diferente. A través de una estética noventera y retro, sus creadoras y curadoras Nancy Mansilla Alvarado (Valparaíso) y Loreto González Barra (Iquique) han propuesto un sitio-exposición que evita las lógicas del glamour y los egos que acolchan el cubo blanco y que encuentran sus ecos en esas inauguraciones con vino y quesos auspiciados, en medio de música y ropa casualmente cool. La suavidad, la comodidad y el brillo suave son interrumpidos e incomodados por las dinámicas del glitch, de lo demoroso y lo estratificado, a través de una plataforma que entrega más frustraciones y resistencias que desahogos, priorizando la fricción, la búsqueda y la exploración. Esto es evidente al momento de ingresar al sitio, el recorrido de las distintas curadurías y sus obras no es obvio ni está dado; rápidamente nos enfrenta con calles sin salida, rotondas y circunvalaciones. Somos interrumpidas, desbordadas y desafiadas por la sospecha de que tal vez haya demasiado por ver y experimentar: una revuelta, un exceso de signos y bifurcaciones.
Esta configuración no es casual ni irrelevante. El cubo blanco maquinalmente trasladado a lo digital pocas veces logra gatillar preguntas, curiosidad o grandes sorpresas. La mayoría de las exposiciones digitales nos toman dulcemente de la mano y nos guían con suavidad hasta sus inevitables finales; como si se tratara de un túnel, emergemos pestañeando, sin despeinarnos, perturbarnos o interrogarnos. En un marcado contraste, el montaje digital de las distintas curatorías de Reparaciones Circulares refleja la firme decisión de despedirse del algoritmo, los caminos pre-fabricados y el progreso lineal. Más que “contenidos”, ofrece la oportunidad de realizar una exploración profundamente personal, que resonará en cada cual de manera única. Rehúye la obviedad suave y homogénea a la que nos hemos acostumbrado, en que cada hipervínculo, link y texto está cuidadosamente marcado. Insistir en que es dificultosa, friccionada y resistente no es una exageración: en la inmensidad de sus recovecos es fácil “perderse” o “saltarse” un texto, una imagen, un video o una biografía. Y es esta dificultad la que nos invita a curiosear, a hacer click, unas veces en vano otras para encontrar sorpresas. No permite consumir el sitio y sus obras para saltar rápidamente al siguiente evento, sino que literalmente nos empuja a navegar, explorar y, sobre todo, disfrutar y pensar.
Quiero centrarme en la tercera curatoría de esta serie: “Cinturón verde: soberanía alimentaria”. En ella, las curadoras invitaron a un variado grupo de artistas a explorar la desolación de nuestro hogar colectivo y sus ecologías alteradas a través de las herramientas que entrega el arte. Aquí el foco está puesto en sobrevivir en un mundo que ya ha superado la crisis y devenido en ruina, abordando la pregunta de qué construimos –y qué podemos construir– sobre los escombros y el despojo del Antropoceno. La curiosidad y la adaptabilidad, herramientas esenciales para abordar el sitio y sus meandros, aparecen como claves, no solo para encontrar soluciones a la crisis multisistémica, sino también para referirse a ella desde el lenguaje simbólico del arte. De hecho, lxs artistas convocadxs curiosean en búsqueda de nuevas formas de contar historias y de exhibir obras, rebosando los principios civilizatorios, modernos y coloniales que nos han sido inculcados.

De esta forma, Cinturón verde es una invitación a alimentarnos de forma distinta, no solo en el sentido más literal (sustento, nutrición) sino también en relación a nuestras mentes: ¿Dónde extraemos significado y conocimientos? ¿Cómo nutrimos a los ecosistemas personales y colectivos que nos rodean? ¿Cómo alimentamos el espíritu en una sociedad materialista y de consumo? ¿Qué ritmos priorizamos y qué significa para nosotros la palabra “suficiente” que, al contrario del acumular incesante del neoliberalismo, reconoce y prioriza las necesidades de otrxs en nuestra comunidad? Inevitablemente la provocación del alimento nos dirige a ideas de reconocimiento, justicia y acción política. De hecho, el texto curatorial comienza con la frase “quien es capaz de destruir su propia casa, debiese ser también capaz de aguantar el hambre”, enfrentándonos a la espantosa realidad de que lxs responsables de la destrucción, extractivismo, contaminación y extinción no son hoy quienes pasan hambre, quienes se encuentran expuestos a la polución, quienes habitan en zonas de sacrificio, quienes luchan por recibir una magra caja de comida del gobierno.
Esa vocación de transformación política también se hace presente en las pedagogías críticas que con particular cuidado y atención desarrollan las curadoras durante los meses que se presenta cada ciclo, en las que nos enfrentamos con preguntas duras pero necesarias. ¿Qué plantas se han extendido en mi bioregión? ¿Qué procesos geológicos ocurren en ella? ¿Cómo se usa la tierra en el territorio que habito? Son provocaciones que advierten, pero sobre todo, que conectan con un aquí y ahora que busca superar las lógicas universales del presente hiper-conectado e hiper-capitalista.
Las obras del ciclo se agrupan en tres nodos de significado distintos: “Cinturón verde”, “Naturalezas, saberes y pervivencias” y “Los nudos del hambre”. Cada uno representa ventanas que se abren, pequeñas fuentes de sabiduría, que se potencian y retroalimentan mutuamente. Lo mismo ocurre con las obras, que aparecen por separado –cada una con su espacio, con su territorio, con su aire propio–, pero se friccionan y alteran en un constante diálogo. Juntas, entretejen un entramado vibrante, como las abejas que pululan por el sitio, parte de un coro pulsante y vivo. Imposible no destacar “Mariscos de tierra” de Sebastián Calfuqueo, que también dialoga con la convocatoria [1]. En un video que juega con los códigos del videojuego y la realidad virtual seguimos a un personaje que recorre un bosque en busca de alimentos, siguiendo las instrucciones de su abuelo. En su caminar, que sigue un cuidadoso ritmo, se entretejen la necesidad de los rituales, la importancia de los actos de agradecer, pedir y cuidar, las consecuencias del extractivismo comercial, la memoria ancestral de la recolección respetuosa y la riqueza de los lenguajes invisibilizados por la homogenización forzada [2].
Ngen, Wishilko, Winkulentu, enumera lx niñx, mientras recoge su alimento. Valiosos hongos, que en el imaginario occidental son sinónimo de asquerosidad, putrefacción y suciedad, retoman su justo lugar como alimento, red, ciclo. La obra misma responde a las lógicas colaborativas y desbordantes de Reparaciones Circulares, pues es fruto de un trabajo con el Museo del Hongo y una larga lista de traductores, artistas y gestores. No hay un resultado final: el video, como los hongos, también ha sufrido transformaciones, apunta a la horizontalidad, reciprocidad y mutualidad de las metodologías colaborativas propias de esta propuesta curatorial.

Figura 3. Calfuqueo, S. (2020). Mariscos de tierra [Video]. Exposición en línea: Cinturón Verde, soberanía Alimentaria.
Otras obras son verdaderos ensamblajes, presentando paisajes y temporalidades fragmentadas e irregulares. Muchas de ellas son procesos. “Plantas para matar: curaciones para una fantasía perversa” de Natalia Montoya es un collage digital, bitácora, tanto proceso como resultado de una residencia en el contexto de la curaduría [3]. En su propuesta nos encontramos con una suma de recortes, fracciones y parches. Excesiva, como la curatoría que la contiene, despliega en torno a una Chacana un verdadero altar, un espacio sagrado, a partir del cual se desgrana una constelación de citas que iluminan la diversidad de representaciones que puede tener una misma entidad. Un verdadero poema visual, que se hila y deshila según el zoom que hacemos a la interfaz de la web, narrado a través de videos, palabras, dibujos, recortes, citas. Las referencias se contaminan entre sí, los videos conversan con acuarelas, las fotos se nutren de citas de libros nuevos y antiguos, de imágenes cotidianas, íconos sagrados y ejercicios geométricos.
De forma similar “Cuando se descáscara” (2020) de Melissa Ferreira nos enfrenta a lo digital como espejo de nuestra realidad inabarcable, parcial, sorprendente. En un video-bitácora que registra el paso del tiempo en la pandemia, Ferreira juega con elementos orgánicos y digitales; a través del sonido, la imagen y el texto va develando trayectorias aleatorias, de la mano de los caminos y ritmos de la naturaleza. “Tejido orgánico” de Florencia Marinetti, captura sus experimentos con acumulaciones de materiales (arcilla, aserrín, arena, agua), territorios (arroyo de Vásquez, arroyo Clarome-ko, Laguna del Desmonte) y metáforas (la cerámica como piel porosa, el paso por el fuego como transformación, el uso responsable del agua como forma de sobrevivir en la crisis climática). Y “Ejercicio uno: Caldo de caja de ayuda gubernamental” de Vania Caro, es un video “tutorial” para hacer una sopa con el cartón de las cajas de ayudas del gobierno que fueron entregadas en plena crisis sanitaria el año pasado. Parte de lo que denomina “ejercicios para sobrellevar la frustración”, trabaja con ironía una realidad dolorosa, que al presentarse como proceso y obra desafía la mercantilidad imperante en el medio.
Como instancia auto-gestada, no sorprende que la participación sea voluntaria y gratuita. Sin embargo, me gustaría destacar que en el ethos de Reparaciones Circulares existe un impulso por ensayar nuevas formas de cuidado, de reparación mutua y de atención hacia otrxs. De cierta forma, abre las puertas a pensar en otras formas de reconocer el trabajo, desde el trueque hasta el intercambio de conocimientos, saberes y afectos, en que cada persona trabaja con y desde sus posibilidades de sustento, alimento y nutrición. Una invitación y un desafío a pensar nuevas maneras de crear un sistema artístico autosustentable, en medio de un contexto en que las antiguas formas de trabajar se revelan agotadas. En ese sentido, es imposible no destacar la minuciosa y atenta labor afectiva y política que realizan Nancy y Loreto. Reparaciones Circulares es fruto de un trabajo que busca ir más allá del centro, desbordar los límites de lo que pensamos como posible, brindar espacios de apoyo, contención y crecimiento a artistas y difundir una serie de obras que accionen en lo cotidiano y lo social. Cinturón verde, como las convocatorias anteriores a ella, es una invitación a lo fortuito, a lo indisciplinado, a no empezar aquí y terminar allá, a recorrer y re-recorrer una infinitud de caminos. Una invitación a revitalizar la imaginación cuando nos reunimos en comunidad en torno a la comida, a abrazar la precariedad también como condición de ser vulnerable a otrxs, en momentos de crisis en que los vínculos, la con-vivencia y el territorio aparecen con cada vez mayor claridad como los únicos portales posibles a una existencia nueva.
Notas
[1] Sebastián Calfuqueo (Santiago, Chile, 1991) vive y trabaja en Santiago de Chile. Licenciade y Magister en Artes Visuales de la Universidad de Chile. Es parte del colectivo mapuche Rangiñtulewfü y Yene revista. De origen Mapuche, su obra recurre a su herencia cultural como un punto de partida para proponer una reflexión crítica sobre el estatus social, cultural y político del sujete Mapuche al interior de la sociedad chilena actual. Su trabajo incluye la instalación, la cerámica, performance y el video, con el objetivo de explorar tanto las similitudes y las diferencias culturales como los estereotipos que se producen en el cruce entre los modos de pensamiento indígenas y occidentalizados, y también visibilizar las problemáticas en torno al feminismo y disidencias sexuales. Su obra ha sido exhibida en Chile, Perú, Brasil, México, Estados Unidos, Alemania, España, Reino Unido, Suecia, Suiza y Australia. Ha sido seleccionade para las bienales de Sao Paulo, Mercosur, La Paz y Arte Paiz (Guatemala). Exhibiciones recientes incluyen presentaciones individuales en Galería 80m2 Livia Benavides, Galería D21, Galería Metropolitana, Parque Cultural de Valparaíso y el MAC -Museo de Arte Contemporáneo Santiago-. Ganadore del Premio de la Municipalidad de Santiago en 2017 y del Premio de la Fundación FAVA en 2018.
[2] El artista presenta su trabajo con las siguientes palabras: «La Ocupación de la Araucanía o Pacificación de la Araucanía (1861-1883) fue una serie de campañas militares, acuerdos y penetraciones del ejército chileno y de colonos en territorio Mapuche que condujeron a la incorporación de la Araucanía al territorio nacional chileno. La mal llamada “Pacificación de la Araucanía” fue la expresión utilizada por las autoridades chilenas para esta guerra y la aculturación de los territorios de los indígenas Mapuche. Durante este período de guerra y hasta el día de hoy, los hongos son una fuente de alimentación muy importante para las comunidades Mapuche. Este saber ha persistido, en algunas comunidades que han transmitido su conocimiento de generación en generación, técnicas para recolectarlos correctamente, sin dañar el micelio para que siga fructificando, con respeto al otro, sin infligir daño alguno. Mapu Kufüll (mariscos terrestres) es la forma de designar a los hongos en el mapudungun y también el nombre de este ‘cuento’ animado que reflexiona sobre la perspectiva cosmológica del pueblo mapuche en relación con la recolección de hongos y cómo éstos han sido un símbolo de resistencia para las comunidades».
[3] Natalia Montoya Lecaros (1994) es artista visual y profesora de artes visuales. Nacida y criada entre la pampa y el mar, oriunda de Iquique y visitante recurrente del pueblo de la Tirana. Sus temáticas de interés se centran en la observación minuciosa de las manifestaciones culturales de su territorio, observando nudos e historias que conforman el enclave multicultural de la región de Tarapacá, como así también elementos de su propia biografía, atendiendo a buscar los pedazos de su herencia Aymara y respondiendo a las preguntas que desde ahí aparecen con imágenes, estéticas y recursos contemporáneos. Su trabajo plástico se desarrolla desde los materiales que ella ha clasificado como “materiales del cielo y la tierra” los que tienen relación con la cosmogonía andina de las dualidades y reciprocidad. Estos materiales fluctúan entre aquellos de origen natural de presencia opaca y los industriales o plásticos que reflejan la luz, hablando de las contradicciones y encuentros de sus intereses. Actualmente se desempeña como profesora de artes visuales en el nivel de básica y al al mismo tiempo es estudiante de Magister en la Pontificia Universidad Católica.
Como citar:
Guzmán, M-V. (2021). Cinturón Verde: Soberanías Alimentarias. Sobre el tercer eje curatorial de Reparaciones Circulares. Portal Error 19-13. Revista de arte contemporáneo. 1 (4). Disponible en: https://portalerror1913.com/2021/11/14/cinturon-verde/
Fecha de recibido: 4 de octubre de 2021 | Fecha de publicación: 16 de noviembre de 2021
Portal Error 19-13. Revista de arte contemporáneo.
ISSN: 2711-144X